¿Hacia dónde puede ir Egipto tras las matanzas de julio y del miércoles pasado? Sin una casta clerical creíble como la de los ayatolás, es impensable una revolución como la de Irán a partir de una alianza de parte del ejército con los Hermanos Musulmanes para acabar con el régimen de Hosni Mubarak sin Mubarak, tal como se rompió en Persia con el régimen del sha.
Con una economía en ruinas, con reservas para cubrir apenas tres meses de importaciones, los militares egipcios y sus marionetas civiles ya han elegido: neutralizar o liquidar (según respondan) a sus adversarios y recuperar, como declaró ayer el ministro egipcio de Interior, Mohamed Ibrahim, "la estabilidad pre 25 de enero (de 2011)".
Sin posibilidad de diálogo para encauzar las reformas hacia un sistema más democrático, las más probables opciones a corto y medio plazo son más represión, más resistencia y más violencia, como en los peores años de Nasser y de Mubarak.
"Ha fracasado la política", señalaba ayer en Al Jazeera el analista de la Brookings Institution H.A. Hellyer. "La mayor parte de los egipcios ha perdido la confianza en los políticos y los líderes están completamente desprestigiados".
Nunca, desde el despertar ciudadano de 2011, han tenido más razones los que siempre desconfiaron de las reformas para darlas por fallidas y concentrarse en recuperar por la fuerza la influencia perdida.
Mientras se mantenga la unidad del ejército, aún la institución más influyente en Egipto, a pesar de su más que cuestionable trayectoria, la posibilidad de una guerra civil o sectaria como en Siria es reducida.
Si desde la Presidencia, en el último año, Mursi fue incapaz de ganarse el apoyo de generales como Abdelfatah al Sisi, a quienes nombró o confirmó en sus cargos, es improbable que desde la cárcel acepte un pacto que permita pasar página a la tragedia de este mes y recuperar en mejores condiciones la transformación del sistema. Sería suicida si lo hiciera.
El factor saudita, decisivo en el nacimiento de Al Qaeda y en la malhadada pinza con EE.UU., Pakistán y el Egipto de Mubarak contra los soviéticos en Afganistán, vuelve a ser una suerte de nudo gordiano en busca de cualquier salida a la crisis. Con un matiz importante: la pérdida clara de influencia de EE.UU.
Sin el apoyo de la Casa de Saud y la promesa del dinero necesario -aparte de los US$ 12.000 millones ya concedidos por Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos-, Al Sisi seguramente habría visto con otros ojos la propuesta negociada por las grandes potencias occidentales con Mohamed Mursi.
Difícil de entender la situación, según Bruce Riedel (Brookings), sin recordar los años de agregado militar en Riyad de Al Sisi, su amistad con el príncipe Muqrin -tercero en la línea de sucesión saudita-, sus años al frente de los servicios secretos egipcios y la apuesta del régimen saudita contra la Primavera Árabe en general y contra los Hermanos Musulmanes en particular por miedo al contagio desestabilizador en casa.
Lo que no consiguió de Estados Unidos -que no invadiera Irak ni retirase su apoyo a Mubarak-, Riyad lo está consiguiendo ahora de Al Sisi, sin que el gobierno de Barack Obama, que dio por bueno el golpe y se ha limitado a deplorar la última matanza, haga prácticamente nada por evitarlo.
Si con la ayuda de los mediadores estadounidenses y europeos no fue posible un compromiso en el último mes, sin mediadores, con miles de nuevas víctimas y millones de familiares y seguidores de los Hermanos que claman justicia y venganza, mucho menos.
Con centenares de sus dirigentes en prisión y miles de sus miembros más activos en la clandestinidad, los Hermanos Musulmanes -igual que las fuerzas laicas y los otros movimientos islamistas- están más divididos que nunca entre los partidarios del diálogo y los que no ven otra opción que la fuerza.
Si ya era profunda la polarización de los 84 millones de egipcios desde la destitución de Hosni Mubarak, el golpe y las matanzas de las últimas seis semanas amenazan con romper la ya frágil unidad de cada uno de los bandos enfrentados.
El gran error de Al Sisi es creer que se pueden borrar dos años y medio del calendario. Con suerte, será un dictador dependiente de los petrodólares sauditas. Sin ellos, acabará pronto, como Mubarak, en el banquillo, acusado, no sin razón, de centenares o miles de crímenes.
Felipe Sahagún es catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.