Señor Director:
Carlos Peña, en su interesante
columna del domingo 4 de agosto, denuncia la tendencia a reducir la contienda presidencial a una lucha entre dos personalidades y, por tanto, "la reducción de la política a la psicología de la personalidad", con lo cual, argumenta, se produciría la "despolitización de la política". La consecuencia, según Peña, es que "el conflicto social que subyace a la política resulta silenciado, tachado, disminuido". Propugna entonces "restablecer el sentido del conflicto político".
Concordando con los aspectos descriptivos que hace Peña de la situación, cabe comentarla a la luz de otras visiones de la psicología política contemporánea. Desde luego, es posible sostener que el énfasis sobre las personalidades, como estrategia electoral, así como los intentos de desmarcarse de los partidos políticos o de la manera de hacer política (la "vieja política") -nada nuevo por lo demás-, no despolitizan la política, sino que introducen "nuevas" formas de hacer política.
En un capítulo de un libro europeo reciente ("The psychology of politicians, Ashley Weinberg (Editor); Cambridge University Press, 2012), los académicos italianos Gianvittorio Caprara, Michele Vecchione y Claudio Barbaranelli, abordan, entre otros temas, la "personalización de la política". Sostienen que las personalidades de los políticos y de los votantes (que suelen correlacionarse) tienen particular importancia en momentos que tiende a declinar la influencia de la clase social, y los votantes tienen un mayor nivel educacional y mayor conciencia de sus derechos.
Enumeran una serie de elementos que contribuyen a dar mayor importancia a las características de personalidad de los políticos, entre ellos: 1) un sistema electoral que lleva a la formación de coaliciones que pueden restringir las opciones de los votantes a solo dos alternativas (viables); 2) la ambigüedad ideológica de nuevos partidos políticos (y de algunos no tan nuevos); 3) la derivación de las plataformas programáticas de coaliciones opuestas hacia posturas más pragmáticas con el fin de atraer una parte mayor del electorado; 4) la influencia de los medios masivos de comunicación y la menor diferenciación (ideológica) entre los programas; 5) el efecto de la televisión, como potente vehículo de personalización, capaz de destacar los rasgos personales de uno u otro candidato, contribuyendo de ese modo a influir sobre sus destinos electorales. Naturalmente, el peso de estos elementos varía en diferentes contextos y tiempos, así como en su combinación.
Marcelo TruccoPsiquiatra