Durante los últimos años ha habido manifestaciones masivas de descontento en diversos países de Occidente. Estas han tenido distintos perfiles: en Francia e Inglaterra parecieran estar relacionadas con un conflicto étnico; en España y Grecia, con la crisis económica. ¿Pero qué ocurre con Chile y con Brasil que, a diferencia de los países europeos, han experimentado un mejoramiento significativo de sus condiciones de vida, un aumento sostenido del ingreso per cápita y un acceso masivo al consumo y a la educación superior? Pienso que estos movimientos expresan una crisis de identidad provocada por el proceso de globalización. Esta ha generado una erosión de los valores que alimentan el alma de los diversos pueblos.
El filósofo francés Paul Ricoeur sostiene que el fenómeno de la civilización se muestra en tres niveles: el de los útiles, el de las instituciones y el de los valores. Los útiles (herramientas, máquinas, libros, etcétera) son universales por definición. Las instituciones son formas de existencia social regidas por normas, las que, con algunas diferencias, tienen algún grado de universalidad. Los valores, en cambio, son propios de cada cultura. Ahora bien, en lo más profundo de este tercer nivel reside la verdadera esencia del fenómeno civilizatorio, que es el "núcleo ético-mítico". Este reúne el conjunto de imágenes y símbolos mediante los cuales cada grupo expresa su comprensión de lo sagrado, de sí mismo, de los otros y de la realidad. Aquí radicaría la máxima diversidad.
La sociedad global de consumo ha dado cabal cumplimiento al destino de universalidad propio de los útiles y ha sido positiva en cuanto ha permitido mejores condiciones de vida para gran parte de la humanidad. Sin embargo, ha tenido como trágica consecuencia la erosión del núcleo ético-mítico, que de algún modo sostenía a cada grupo, nación o cultura. Con ello se ha diluido la identidad histórica de los pueblos.
La filósofa chilena Ana Escríbar ha señalado que la gran contradicción de nuestro tiempo es la que existe entre la creciente racionalidad de los útiles -cada vez más abundantes y eficaces- y la irracionalidad de poner como único valor, compartido por la humanidad entera, el desarrollo económico. Yo agregaría que la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, vale decir, la pérdida de vigencia de los valores considerados absolutos y eternos, se ha consumado y nosotros los hombres hemos sido, quizás inconscientemente, sus asesinos.
Paralelamente se ha venido produciendo una profunda crisis de identidad, particularmente en los jóvenes. A diferencia de lo que ocurrió durante siglos, en la sociedad posmoderna han perdido vigencia los ideales transmitidos por la religión cristiana y el joven empieza a ser dominado por los medios de comunicación de masas. El carácter cambiante tanto de los objetos de consumo como de las modas hace que una de las características de la juventud actual sea la difusión de la identidad, rasgo central de la llamada "personalidad limítrofe", surgida recién en la posmodernidad.
Ricoeur afirma que la identidad de un pueblo deriva de las narraciones o mitos comunes, mientras la identidad personal es el producto de la propia narración, de la historia de la propia vida. Este aspecto de la identidad posee una connotación fundamentalmente ética, porque está siempre referida al otro. La historia se le narra a otro y la relación con él implica de algún modo una promesa: él puede contar conmigo y yo me hago responsable de lo que he prometido. Un ejemplo de cómo la identidad personal surge de la narratividad es la psicoterapia. El psicoterapeuta ayuda al paciente a sustituir historias difíciles de soportar o de comprender por otras en las que él se va reconociendo a sí mismo.
La sociedad occidental posmoderna se ha alejado de sus mitos fundacionales. El cambio de los valores cristianos, primero por los totalitarismos y luego por la sociedad de consumo y del espectáculo, no puede sino originar una gran desorientación y un profundo descontento. Y esto es lo que se vislumbra tras la crisis europea y las manifestaciones de los indignados. En el caso de nuestro país, la situación es aún peor y por dos razones. La primera tiene que ver con el quiebre del principio de autoridad y el imperio de una atmósfera de liberalidad que ha llevado a altísimos niveles de consumo de alcohol y drogas en la juventud. La segunda está relacionada con el progresivo deterioro del lenguaje hablado y escrito.
Porque sucede que el vínculo entre el lenguaje y la ética acompaña al homo sapiens desde su aparición en la escala zoológica, y en la experiencia individual se manifiesta como la "voz de la conciencia". Puede ser que esta vaya señalando a posteriori las faltas cometidas, como pretende la interpretación vulgar de la conciencia moral, o puede que -como sostiene Heidegger- sea anterior y esté siempre remitiendo al individuo a algo así como a una culpabilidad originaria; pero en ambos casos la experiencia ética fundamental es un ser llamado hacia el más propio poder-ser a través de la palabra.
Nosotros carecemos del lenguaje suficiente como para narrar y narrarnos nuestra propia historia y alcanzar a través de ello una identidad sólida. Desprendidos de los vínculos con el pasado, sin ideales que los proyecten al futuro y carentes de un lenguaje que les permita reflexionar sobre sus responsabilidades, nuestros jóvenes se buscan inútilmente a sí mismos a través de sucedáneos, como el alcohol y las drogas, o de manifestaciones violentas contra el orden establecido.
Otto DörrAcademia de Medicina, Centro de Estudios de Fenomenología y Psiquiatría UDP