Si algo ha caracterizado al Chile de los últimos tres años es la confianza en su futuro esplendor. No la mellaron ni el devastador terremoto del 27-F, ni las tribulaciones de la economía global, ni las vociferantes protestas estudiantiles, según muestran las encuestas y confirman las compras de autos, casas y empresas. Pero últimamente se avizoran problemas en la ruta, y la marcha podría detenerse.
A partir de 2010, el mundo se nos presentó muy favorable. China crecía con vigor, el cobre subía a las nubes y las inversiones fluían hacia las economías emergentes. Para Chile, la oportunidad de saltar al desarrollo parecía inmejorable.
El gobierno del Presidente Piñera cogió la oportunidad e inicialmente pareció resuelto a acometer las reformas necesarias. La respuesta del mercado no se hizo esperar: con una situación externa favorable y buenas señales de política económica, se provocó un sorprendente auge del emprendimiento, la inversión y el empleo. El FMI califica estos resultados de "impresionantes". El Banco Mundial anuncia que Chile deja la clase media mundial y es ascendido a país de "alto ingreso".
Pero las cosas están cambiando. El entusiasmo con las economías emergentes empieza a disiparse porque EE.UU. se recupera, suben los intereses, y el dragón chino se teme tenga los pies de barro. El cobre pierde altura. Todo ello exige de nosotros más esfuerzo de inversión y productividad. Pero el Gobierno se ha dejado estar, no ha podido o querido destrabar los proyectos energéticos, mineros y de infraestructura que necesitamos para seguir creciendo. Ha desatendido la agenda de reformas para elevar la productividad. Cunde el desaliento.
¿Podrá Chile reunir fuerzas y reemprender el ascenso? No es lo que se respira en los ambientes políticos. La reciente primaria confirmó la fuerza política de la coalición opositora y la popularidad de la ex Presidenta Bachelet. Su propuesta se limita a redistribuir la riqueza, en lugar de crecer. La Alianza -pese a los buenos resultados de la gestión de gobierno- no logra articular un discurso convincente. Juguetea con un igualitarismo tomado de prestado y concede que es la injusticia el principal problema chileno. Del planteo que lo llevó al gobierno -y cuyos primeros frutos fueron tan auspiciosos-, quedan solo los discursos. Pero es en el compromiso con la libertad de emprender, con los mercados abiertos, transparentes y competitivos, con la innovación y su merecida retribución (también conocida como lucro), donde se encuentra el camino que nos lleva a ser un país próspero y con oportunidades para todos.