Para que una coalición política funcione bien hay condiciones ideales, otras deseables y algunas que son simplemente imprescindibles. Lo ideal es tener gente con un profundo sentido patriótico, un amor tan grande por Chile que no les quede lugar en el corazón para albergar rencores, ni en la mente para urdir pequeñeces.
Esa gente, por desgracia, no abunda, pero eso no impide el éxito político si al menos hay buena educación. El Manual de Carreño no dice nada sobre las buenas maneras en política, pero es fácil adivinarlas: ellas implican tratar muy bien a los aliados y no salir con domingos 7 a cada rato. Merkel, por ejemplo, tiene muchas diferencias con sus aliados socialcristianos, pero los trata con deferencia y por eso lo probable es que siga en el poder.
En todo caso, también es posible que una coalición salga adelante aunque sus integrantes anden a caballazos, si al menos son suficientemente astutos para que no se noten demasiado. Los 20 años de Concertación son un excelente ejemplo de cómo la astucia puede remediar muchas otras carencias y mantener unidas a personas muy disímiles.
De los tres requisitos, el más noble es, sin duda, el patriotismo. Pero la astucia resulta el más necesario. Y allí, esta semana, la Concertación o Nueva Mayoría ha mostrado una vez más su superioridad política respecto de la Alianza.
En efecto, el acuerdo alcanzado por una parte de la Democracia Cristiana y una parte de Renovación Nacional para reformar el sistema binominal es, obviamente, una salida de madre por ambos lados. Esos son temas que se conversan con todos los implicados. No se trata aquí, simplemente, de ganar el quién vive, sino de determinar la forma en que elegiremos a nuestros legisladores.
Sin embargo, las reacciones a uno y otro lado del espectro político fueron muy diferentes. La Concertación ve que la Presidencia de la República está al alcance de la mano, y ese objetivo es tan precioso que, obviamente, exige tragarse muchos bueyes. Ellos conocen a Maquiavelo de memoria y saben que "cuando se conquista por segunda vez un país que se había rebelado anteriormente, es más difícil volverlo a perder".
Por eso, si había que corregir algo, lo habrán hecho en privado, porque la ropa sucia se lava en casa. Así, nadie queda humillado ni tiene que llorar en público. En suma, esta vez han funcionado como un equipo.
En la Alianza, en cambio, quedó perfectamente en claro quién sabía de la operación y quién tuvo que representar el ingrato papel del socio engañado, lo que incluyó a gente del mismo partido, del partido hermano y, como si fuera poco, al Gobierno entero. Ardió Troya.
¿Por qué pasan esas cosas en la Alianza, donde los acuerdos son mucho mayores y reales que en la oposición? Precisamente por eso, ya que los desaires duelen más cuando provienen de alguien cercano. Pero hay también otras razones. Los políticos de centroderecha tienden con más frecuencia al estado selvático porque para ellos la libertad individual, entendida de un modo casi adolescente, desempeña un papel fundamental en sus vidas. Para la gente acostumbrada a mandar no es fácil someterse a disciplina. Además, no necesitan la política para vivir y en cualquier momento vuelven a sus exitosas oficinas o al mundo de los negocios.
Por todo esto, a veces uno tiene la impresión, como sucedió esta semana, de que los políticos de derecha juegan a hacer política, mientras que los otros de verdad la hacen. De otro modo, ¿cómo se puede explicar que después de tres años en La Moneda los partidos de centroderecha olviden sistemáticamente que son parte del Gobierno y que, por tanto, es el Gobierno el que está llamado a poner la música?
Durante estos tres años, los partidos de la Alianza se han comportado como hinchas, es decir, como gente que critica ya al entrenador ya al aguatero, mientras se come un paquete de cabritas, y no como jugadores que son parte del equipo. Lamentablemente esto no sucede por simple ignorancia, más bien sucede lo contrario: saben perfectamente que si uno es parte de un equipo tiene que estar dispuesto a pasar una temporada en la banca.
Por supuesto que pueden existir delicados asuntos de conciencia que podrían llevar a que un dirigente político no siguiera en algún caso las directrices dadas por La Moneda, pero el problema es que en la derecha indómita ese caso excepcional se transforma en la regla. Y si falta ese patriotismo ilimitado que es tan escaso, y tampoco están las buenas maneras o la astucia para suplirlo, el resultado es penoso y, en un año electoral, preocupante.