Una valiente negociación, impulsada a puerto por los resultados electorales, muestra cómo la ciudadanía en las urnas tiene la capacidad de modificar, dentro de la institucionalidad, las fronteras de lo posible. El binominal, el penúltimo de los enclaves autoritarios sobrevivientes, que tanto desprestigio ha traído al Congreso Nacional, parece haber comenzado su agonía.
El Presidente, entendiendo a golpes que el liderazgo no es compatible con la permanente indecisión e inacción que había mostrado en esta materia, promete un proyecto alternativo, que mantiene la esencia del que existe, aunque agrupa algunas circunscripciones, que eligen cuatro senadores y hasta seis diputados. A partir de ahora, ya nadie defenderá el binominal y el uninominal quedará en el baúl de los nonatos.
El que han presentado los parlamentarios de oposición y RN no es óptimo para ellos, como ocurre siempre con las fórmulas negociadas. No obstante las críticas que puedan hacérsele, ha tenido ya la virtud de obligar a tomar posiciones y cada partido y parlamentario deberá votarlo y asumir, de inmediato, los costos electorales que ello implique. Para Renovación Nacional la decisión es particularmente difícil.
En lo inmediato, lo más probable es que ninguno de los dos proyectos alcance la mayoría de los tres quintos y el binominal se mantenga. Hay muchos de la derecha que así lo desean; mientras otros de la oposición esperarán a que los resultados de las elecciones de noviembre corran otro tanto las fronteras de lo posible. Con todo, el acuerdo habrá iniciado un proceso que parece ya no tener reversa.
No será primera vez que el país debate cómo representarse en el Parlamento. Lo inédito de este recomienzo es que nadie defiende ya el binominal. A partir del anuncio presidencial ha pasado a ser una imagen de esas con las que ya nadie quiere fotografiarse; otra rémora del pasado; como lo sería defender hoy a los senadores designados. Pero eso no significa que el sistema no tenga partidarios, pues lo que cambió son los términos del debate, no las posiciones. Los partidarios del binominal confiarán en que la falta de acuerdo en una fórmula alternativa garantice su permanencia. Esa será ahora su estrategia.
Auguro entonces que los que no quieren cambios intentarán que la discusión se haga tan técnica y enredada, que la opinión pública la perciba como otro lío entre políticos, que solo les interesa a ellos. Así bajará el costo de no llegar a un acuerdo.
Algunas sugerencias para que ello no ocurra:
Primero: Cualquier sistema es mejor que el binominal. La fórmula óptima no es otra que aquella que logre el consenso. Lo óptimo, en esto, es homicida de lo bueno. Las posturas maximalistas debieran recordar que aquí no hay camino del medio y que cualquier salida institucional pasa por la aprobación del Congreso constituido por elección binominal. Podrá ser razonable esperar que se elija al próximo Congreso, pero allí tampoco estarán los 26 senadores que la Nueva Mayoría necesitaría, por ejemplo, para incorporar el plebiscito como mecanismo útil de reforma constitucional. Ello exigiría doblar en todas las circunscripciones senatoriales.
Segundo: Este no es un debate técnico, sino uno político, cuyo propósito es que la integración del Congreso Nacional sea representativa y la política competitiva.
Tercero: Entre más representantes elige una circunscripción, mayor es la representatividad de los elegidos. Tres es el mínimo.
Cuarto: Para que haya competencia es siempre mejor que las circunscripciones elijan un número impar de representantes. Ello asegura que las mayorías marquen una diferencia.
Quinto: Si el acuerdo pasa por mantener algunas circunscripciones binominales, al menos asegurar que los pactos deban postular cuatro o más veces el número de candidatos que cupos a llenar.
Sexto: Los sistemas electorales están para representar a la gente y no a las regiones. Los parlamentarios no están para atender territorios, como si fueran alcaldes o asistentes sociales. Esa idea ya le ha hecho suficiente daño al Congreso, mientras la regionalización sigue esperando.