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Editorial
Viernes 12 de julio de 2013
Democracia Cristiana, un problema de identidad
Lo que hasta hace algunos años se entendía por qué significa ser democratacristiano, hoy parece ser solo compartido por una minoría, que mira el pasado con nostalgia...
Tras la derrota del precandidato presidencial de la DC, Claudio Orrego, en las pasadas elecciones primarias del pacto Nueva Mayoría, han surgido diversas críticas internas al enfoque que tuvo la campaña y al rol que la actual directiva del partido tuvo en ella, posicionando a la DC como "el sector más conservador de la política nacional". Así lo afirma un documento titulado "Reflexiones después de la derrota", suscrito por casi 100 dirigentes territoriales y regionales de ese partido, y que circuló en un almuerzo en el que los vicepresidentes disidentes Aldo Cornejo y Gabriel Silber reunieron a quienes respaldaron su proyecto en las elecciones internas de marzo pasado.
Ese texto sostiene que la DC "se encuentra en riesgo" y acusa a la campaña de Orrego y a la directiva que lo avaló de intentar "reposicionar al partido como una organización de centro, pretendiendo borrar, de una plumada, la concepción de partido de vanguardia". Él evidencia el fuerte malestar de la corriente disidente, que establece una clara postura de no permanecer "impávidos ante una conducción que lleva al partido a un aislamiento de la realidad, a la imposibilidad de convocar a los sectores sociales que siempre representamos". Confirmando ese malestar, el propio Cornejo manifestó la necesidad de que dentro del partido se revisaran "con mucha claridad y franqueza" los "contenidos y objetivos" de la propuesta que la DC le ofrece a la ciudadanía.
Este documento de la disidencia sirvió de contexto para la reunión que luego sostuvieron la directiva del PDC y las bancadas de senadores y diputados, que buscó enfrentar las cada vez más visibles diferencias entre los dirigentes, exacerbadas por el resultado de las primarias, en las que el candidato del partido obtuvo un escuálido 8,8%, perdiendo el segundo lugar frente a Andrés Velasco. La agenda se centró fundamentalmente en dos puntos: un informe técnico de la derrota electoral, por una parte, y las elecciones parlamentarias de noviembre, por otra, temas que serán examinados en el Consejo Nacional de la DC en agosto. Pero, más allá de los temas mismos, lo relevante era intentar acercar posiciones entre ambas corrientes. Al finalizar, el presidente del partido, senador Ignacio Walker, calificó el diálogo del cónclave como "fecundo", expresando que "hemos llamado las cosas por su nombre" y afirmando que "en la DC no hay disidencia (...). Este es un partido democrático que admite la diversidad".
Aunque reuniones como estas puedan servir para aquietar las aguas internas, parece improbable que estén permitiendo abordar los temas de fondo. Por de pronto, no se ha vuelto a reiterar, como se hacía antes del 30 de junio, que para sumarse a la campaña de Bachelet se necesita un acuerdo programático entre las diferentes fuerzas que la apoyan, ni mucho menos se ha escuchado hablar de una suerte de estatuto de garantías.
Todo sugiere que lo que está en juego hoy no es otra cosa que la identidad democratacristiana misma. Lo que hasta hace algunos años se entendía por qué significa ser democratacristiano, hoy parece ser solo compartido por una minoría, que mira el pasado con nostalgia. La mayoría de la dirigencia actual se ve más inclinada hacia los valores proclamados por la candidata de la Concertación, y se proyecta hacia el futuro como en una suerte de simbiosis con quienes la respaldan. En un programa de televisión, el senador Guido Girardi felicitaba al candidato democratacristiano por su circunscripción, Alberto Undurraga, por mostrar posturas valóricas más progresistas y en línea con las sostenidas por él mismo. Un síntoma más de la pérdida de identidad que sufre el PDC, y de la necesidad de enfrentar abiertamente esta cuestión, tomando decisiones en vez de seguir diluyéndose gradualmente.