Los candidatos de la Nueva mayoría se vinculan con públicos muy distintos porque sus proyectos mismos son completamente diferentes. El votante de Velasco no tuvo nada que ver con el de Gómez porque sus concepciones de Chile son contradictorias.
Más allá de su excelente votación, el problema de Michelle Bachelet es ahora el de mantener los votos de todos llevando adelante un proyecto que no coincide con el de ninguno de ellos. Los derrotados de ayer podrán decir hoy que la apoyan, pero esa adhesión les significará tragarse pócimas muy amargas, particularmente en el caso de Claudio Orrego, para quien cosas como el aborto o el matrimonio homosexual no son meros detalles. Se dirá que su votación no fue muy alta, pero en política los pocos pueden llegar a valer mucho.
El caso de la Alianza, por contraste, presenta una novedad. Pablo Longueira y Andrés Allamand llegan a públicos muy distintos, pero su mensaje es básicamente el mismo, como se comprobó en los debates y en el hecho de que muchos de sus partidarios prefirieron no votar, atendida la similitud de sus propuestas.
Las diferencias no están en que uno apuntó a un electorado más liberal y el otro a los conservadores. De ser así, Carlos Larraín, Laurence Golborne y muchos otros habrían estado en el bando equivocado.
Lo que difiere en ellos es su distinta trayectoria política y las fortalezas electorales de sus respectivos partidos. Por eso, para la centroderecha es un excelente negocio el poder mostrar dos caras, siempre que sus dirigentes tomen la elemental precaución de no pasar la vida en rencillas intrascendentes. Allamand y Longueira dieron un buen ejemplo sobre cómo se hace política con altura de miras. Longueira tiene, además, el mérito de haber comenzado la carrera electoral mucho después que los otros.
La diversidad de los electorados a los que pueden llegar Longueira y Allamand es, al mismo tiempo, el punto débil de la Alianza. En efecto, el triunfador de anoche puede prometer políticas claras, una continuidad con el gobierno actual y muchas otras cosas, pero jamás podrá llegar al poder sin el aporte del electorado de Allamand.
Dicho con otras palabras, Pablo Longueira solo podrá meter el gol decisivo si recibe un buen pase de Andrés Allamand.
En este sentido, aunque Longueira aparecerá en la papeleta, la figura decisiva para su eventual triunfo se llama Andrés Allamand. Él deberá convencer a sus electores de que votar por Longueira es la forma de hacer efectivo su propio proyecto. Sus primeras declaraciones muestran que, para él, su trabajo no ha terminado.
Pero no basta con la buena disposición del candidato perdedor. Pablo Longueira y su equipo deben mostrar a los chilenos que Allamand no solo es un valor decisivo en la campaña, sino también un elemento que estará presente en el próximo gobierno, dándoles a sus electores una garantía de que las razones que los llevaron a apoyarlo no quedarán defraudadas. Esta es una promesa que solo puede hacer la Alianza, y que Michelle Bachelet no está en condiciones de realizar.
Las diferencias conceptuales y prácticas entre Bachelet y Longueira son tan grandes, que los independientes y los partidarios de la Alianza que no son militantes activos tendrán muy buenas razones para ir a votar el próximo 17 de noviembre. No en vano esta no será una elección cualquiera, sino la disputa presidencial más importante desde el 4 de septiembre de 1970, cuando Salvador Allende derrotó por ajustado margen a Jorge Alessandri.
La Alianza necesita mostrar que, a pesar de la alta concurrencia concertacionista a las urnas, el futuro está abierto, y que en esta elección se juegan cosas importantes. Si lo consigue (no será fácil), las cuentas alegres de la Concertación podrían resultar, a la postre, apresuradas. Parece irreal pensar que la elección de noviembre se limite a replicar el 70-30% de estas primarias. Es más, cabe que esa elección se decida por unos pocos miles de votos. Y si se hacen bien las cosas, esa diferencia no tendría por qué favorecer a Bachelet.
Joaquín García-Huidobro