Ahora comenzará la verdadera campaña. Al menos, debería comenzar. Despejada la incógnita de los candidatos, es el tiempo para el debate de las ideas y de los programas. Ya nada excusa el silencio respecto de las verdaderas propuestas de cada candidatura. Nada, salvo el momento que se vive: está ocurriendo una significativa transformación social, que disminuye fuertemente los grupos bajos para dar paso a una creciente clase media.
La trascendencia de este cambio radica en sus nuevos paradigmas culturales, que son los que los hacen ser verdaderamente trascendentes. La creación de riqueza generada por la libertad y el orden ha constituido el más notable agente redistributivo. Unido a esto, la propaganda comercial difunde un mundo hedonista que incita a todos a alcanzar sus metas materiales ya, ahora mismo. Curiosamente, este éxito contribuye como ninguna otra fuerza a debilitar los pilares espirituales de la prosperidad, como son la disciplina, el ahorro, el esfuerzo tenaz y la frugalidad de cada uno. También ha erosionado el sustento ético de las acciones humanas, dejándolas entregadas a una legalidad sin otro norte que sus propias formalidades.
Esta novedosa situación genera también una demanda por nuevas ideas, nuevas emociones, ataques a las instituciones y a los valores tradicionales: todo lo que sea adrenalínico. A falta de proletariado, surgen los estudiantes como fermento desordenador. De aquí la importancia del mundo de las ideas en una situación como esta. Curiosamente aparece, al mismo tiempo, la censura de "lo políticamente correcto": lo que una persona medianamente informada debe pensar, debe decir, y debe evitar decir. Esto último aumenta el valor de las novedades en desmedro de lo verdadero. Y por este laberíntico camino se abre paso subrepticiamente la necesidad de avergonzarse de aquello que debe ser motivo de orgullo.
En Estados Unidos y en Europa se vivieron estos fenómenos hace unos 45 años atrás. Las eras de la Thatcher y de Reagan permitieron superarlos en parte, mientras que el grueso de los europeos sucumbió en el "Estado de Bienestar".
No es fácil el tiempo que vivimos, ni es baladí eludir los planteamientos definidos. En esta situación nueva y confusa, las simplificaciones disimulan los ímpetus adrenalínicos de los demoledores. Frente a ellos, el país espera y necesita claridad, valentía, fortaleza y liderazgo para señalar el camino que, paso a paso, permite perfeccionar nuestra realidad. El momento es ahora.