Las protestas de Brasil confunden: tienen una causa aparente -el alza de la movilización- y otra de fondo -el despilfarro del gasto público, por no decir la corrupción-.
Poco tienen que ver las manifestaciones chilenas con las brasileñas, pues la mayoría de los manifestantes no son estudiantes y sus demandas son múltiples. Aquí hay algunos abusos privados que pueden sancionarse; allá el abusador es el Estado, que es más difícil de corregir. Anulada el alza de los pasajes, las movilizaciones no terminaron: aumentaron. El descontrol del gasto durante más de 10 años de gobiernos de izquierda es el verdadero detonante. Brasil tiene la carga tributaria más elevada de los países en desarrollo, 50% superior a la nuestra y con más pobreza y menos crecimiento que Chile.
Dilma está acorralada. Tiene inflación, y para enrielar la situación no puede aumentar el gasto y los impuestos. La voracidad fiscal llegó al límite. Se malgastan miles de millones y no solo para el mundial de fútbol y las Olimpíadas. Obras para la gloria de Brasil y entretención de su pueblo, son ahora consideradas distractoras, como pan y circo. Pelé y Lula quisieron intervenir y fueron abucheados.
Tomen nota los que promueven más impuestos y millonarias inversiones para los juegos Panamericanos en Santiago.
Catorce países del continente americano tienen ingresos per cápita superiores a los del pueblo de Brasil. Con recursos naturales, industrias, territorio, población y mercado excepcionales, podría ser la cuarta, en vez de la octava potencia económica, según el FMI. Algo está podrido y es el aparato estatal, buque insignia del socialismo y de los comunistas, que terminó siendo el "Titanic" de Rusia y de sus satélites y el pantano de Europa.
Dilma reaccionó a las protestas, rápido y con astucia. Les encontró razón a los manifestantes, no le importó que su partido, el de los Trabajadores, tuviera que ver con la situación. Desconcertada, propuso una asamblea constituyente. Después reconsideró: vio el peligro del descontrol y de la violación de la juridicidad. Algo le ha ayudado su presión para que se derogara una ley que restringía las investigaciones de corrupción. No es como Cristina Fernández que todo se lo enrostra a sus opositores y dobla su apuesta autoritaria.
Las dos quieren reelegirse, pero ya no están aseguradas. Cristina, con su ensimismamiento, difícilmente lo logrará. Dilma, sin demagogia ni sonrisas, tiene la posibilidad de repotenciar Brasil y podría tener una segunda oportunidad.
Y lo que suceda en Brasil trasciende sus fronteras. Kissinger ha dicho: "Adonde vaya Brasil, va América Latina". Su crisis nos puede arrastrar.