Señor Director:
Luego de las múltiples reacciones a mi
columna sobre la educación en las últimas semanas en este y otros medios, quisiera finalizar mi intervención en este debate con una reflexión.
Lo que me motivó a escribir la columna ("¡La educación no es un derecho!") fue una profunda preocupación sobre el futuro de Chile. Los países no se arruinan con promesas de trabajo duro, ahorro, austeridad y discursos basados en obligaciones ciudadanas, todo lo cual no permite ganar elecciones. Los países se arruinan con promesas de múltiples beneficios sociales, derechos sin obligaciones e ideas que ponen al Estado -es decir, a políticos y funcionarios públicos- como el responsable de elevar a los ciudadanos a un mayor nivel de felicidad y bienestar.
Chile ha caído ya en esta engañosa dinámica de manos de una élite política y académica cuyas buenas intenciones en muchos casos no son discutibles, pero cuya fácil receta para alcanzar las metas por todos deseadas será peor que la enfermedad. Podemos repetir mil veces que la educación y otras necesidades no se refieren a bienes económicos, pero todo el mundo sabe que deben financiarse de alguna forma. No podemos, por lo tanto, prescindir de los límites que el análisis económico pone a nuestros deseos de un mundo mejor.
Lejos de ello, nuestra obligación con los más pobres del país es la de mantener un sistema económico que permita seguir creando riqueza para que todos salgan adelante. El complejo escenario internacional actual refuerza aún más la importancia de ser responsables, aunque sea impopular e implique costos. Estados Unidos probablemente caerá nuevamente en recesión, la crisis europea se agudiza cada día y China comienza a enfrentar los estragos de la que algunos consideran podría ser la mayor burbuja inmobiliaria de la historia mundial. Como resultado, el positivo ciclo de los commodities , del que nos hemos beneficiado enormemente, está llegando a su fin.
Es muy posible que en los próximos años tengamos que enfrentar una situación económica más crítica de la que muchos se imaginan. Si esto llegara a ocurrir, no serán los políticos a cargo del Estado los que permitan superar los problemas, sino el esfuerzo y solidaridad de millones de chilenos trabajando en libertad. Ese esfuerzo es también la única alternativa viable para lograr un país próspero, con mejor calidad de vida y oportunidades para todos.
En lugar de prometerles a los ciudadanos que el Estado les ahorrará ese esfuerzo si los eligen, los políticos de nuestro país debieran ocuparse desde ya por explicar y crear las condiciones para que el trabajo de millones de chilenos que aspiran a vivir en paz rinda sus mejores frutos.
Axel Kaiser