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Editorial
Domingo 23 de junio de 2013
Cambia el clima
Es lamentable que también haya factores de fabricación nacional en la desaceleración observada en la inversión. Pese a los repetidos anuncios de ambiciosos planes, el Gobierno no ha logrado destrabar el avance de proyectos clave...
Se multiplican los signos de que nuestra economía estaría ingresando en zona de turbulencias. Como suele ocurrir, es la inversión la que está bajando el ritmo. Por ejemplo, la Cámara de la Construcción ha dado cuenta de una pronunciada disminución del crecimiento tanto en la edificación de viviendas como en el desarrollo de obras de infraestructura y otros proyectos. Las expectativas empresariales han empezado a declinar, el dólar trepa y cae la Bolsa. Por ahora, los consumidores, alentados por las alzas del empleo y los salarios, mantienen su buen ánimo, pero cabe temer que no les dure mucho más.
Confluyen en esto factores externos e internos. El primero es el giro que está experimentando la economía mundial. Todo parece indicar que Estados Unidos está concluyendo su larga convalecencia de la crisis financiera pasada. Esto auguraría el término de la era de intereses baratos, y los mercados están acomodándose nerviosamente a esa expectativa. Pero la noticia es positiva, porque permitiría a la mayor potencia del mundo volver a tirar el carro de la economía global. Entretanto, han surgido temores sobre la capacidad de China de seguir marchando rápido e impulsando los precios de las materias primas. El cobre ha descendido y ya se habla del fin de la bonanza que tanto nos ha enriquecido. Las veleidades del metal rojo nos son familiares, así que lo razonable es estar preparados para la mala racha.
Por eso es lamentable que también haya factores de fabricación nacional en la desaceleración observada en la inversión. Pese a los repetidos anuncios de ambiciosos planes, el Gobierno no ha logrado destrabar el avance de proyectos clave en energía, minería y obras públicas. Su agenda de competitividad se ha estancado en el Congreso, y las alzas de los costos de la electricidad y la mano de obra se hacen sentir sobre los resultados de las empresas.
A todo lo anterior se suma el que las empresas están sufriendo este año el golpe de la reforma tributaria del año pasado, que elevó en tres puntos porcentuales la tasa de impuestos. Como ha expresado el profesor de la Universidad de California Sebastián Edwards, es una ingenuidad pensar que si suben los impuestos, no va a caer la inversión: obviamente va a caer. Transgrediendo su propio programa, en esa ingenuidad incurrió el actual gobierno el año pasado y -según se ha anunciado esta semana- reincidiríamos a escala mayor si la Concertación regresara a La Moneda. ¿Quién puede extrañarse si, en tales circunstancias, las expectativas de los inversionistas se derrumban?