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Editorial
Martes 18 de junio de 2013
Clase media, crecimiento y desigualdad
Lo cierto es que Chile aparece como uno de los países más exitosos en reducir la pobreza e incrementar la clase media, fruto indudable de 40 años en que se ha mantenido un modelo de libertad económica...
El Banco Mundial acaba de admitir, por primera vez, que los latinoamericanos de clase media son más numerosos que aquellos que viven bajo el umbral de la pobreza (32% versus 27%). La segunda conclusión del mismo informe especializado es la notable movilidad social que se evidencia: clasificados por nivel de ingresos, casi la mitad de los latinoamericanos cambió de clase social entre mediados de los años 90 y finales de la década del 2000. Con la imperfección propia de una calificación que no considera factores tan influyentes como el conocimiento, la cultura y la calidad de vida promedio, ella prevalece en el ámbito de las políticas públicas, y por ahora no tenemos un medidor más aceptable.
Dentro del universo de pobres, el grupo de extrema pobreza -unos 80 millones de personas-, que vive con menos de 2,50 dólares diarios, se redujo a la mitad desde comienzos de este siglo, y afecta actualmente al 10,6% de la población del Cono Sur, al 15,2% en la región andina, y al 16,4% en México y América Central. Nuevamente cabe aquí la salvedad de que estos promedios envuelven realidades sociológicas muy diferentes, en virtud de los muy distintos grados de asistencialismo de los estados respecto de sus poblaciones de condición más desmedrada.
Lo cierto es que Chile aparece como uno de los países más exitosos en reducir la pobreza e incrementar la clase media, fruto indudable de 40 años en que se ha mantenido un modelo de libertad económica. Por efecto de lo anterior, el concepto de pobreza ha dejado de jugar el rol absorbente que históricamente tuvo en nuestro debate público, lo cual envuelve el riesgo de que vastos sectores de población estimen -erradamente- que ese problema está resuelto, no obstante la persistencia de bolsones de pobreza dura que son cada vez más difíciles de capacitar, por su inhabilidad para empleos más útiles y productivos.
Este estudio del Banco Mundial pone de manifiesto que los ingresos más altos y la menor desigualdad han contribuido a la reducción de la pobreza y a la expansión de la clase media. Factor muy determinante, por cierto, ha sido la incorporación de más de 70 millones de mujeres al mercado laboral en los últimos años, arrinconando la mayor vulnerabilidad, lo que resulta ser un hecho más sobresaliente en los hogares biparentales.
Puede parecer paradójico que este informe del Banco Mundial se conozca precisamente en momentos en que se da en nuestro país una importante discusión sobre el modelo de desarrollo, características del crecimiento y persistencia de la desigualdad, dado el énfasis predominante que el tono político está dando a esta última, en perjuicio del crecimiento, que necesita bases permanentemente renovadas de competitividad. Desde una perspectiva histórica de largo plazo, no debiera eso sorprender, pues la emergencia de los sectores medios suele acompañarse de impaciencia e irritación frente a las desigualdades, aunque su situación sea superior a la preexistente.
El propio informe del Banco Mundial muestra que, en términos estadísticos, para la disminución de la pobreza el crecimiento económico jugó un papel mucho más importante que la disminución de la desigualdad. Así, el crecimiento explica en 66% la reducción de la pobreza y en 74% la expansión de la clase media en la década del 2000. Solo los porcentajes restantes (44% y 26%, respectivamente) están relacionados con reducciones en la desigualdad.
La mirada unificadora y no rupturista del proceso de avance social debe tratar de dar su debido mérito a todos los factores que lo determinan. Ciertamente, la distribución del ingreso es un factor preponderante, pero con parecida incidencia actúan, por ejemplo, la educación de calidad, las redes de protección social, el estímulo al emprendimiento y a las pymes que otorgan más trabajo, etcétera. En esto, la "mano visible" del Estado es fundamental, por obvias consideraciones de justicia y de convivencia social más armónica. Pero no se debe perder de vista que el énfasis principal no puede dejar de lado la preocupación por el crecimiento y la consiguiente creación de empleos, fuente principal de movilidad social de un país. Más allá del atractivo político de ciertos eslóganes, es ilusorio pretender reducir la desigualdad a expensas del crecimiento.