No deja de asombrarme el camino de nuestra patria. Y los motivos del asombro son muchos. ¡Cómo no reconocer y agradecer la magnanimidad de la gente que hace posible tantas esperanzas! Son hombres y mujeres sencillos, jóvenes llenos de bríos, trabajadores y profesionales competentes; educadores, profesionales, políticos, sacerdotes comprometidos con la gente y servidores solidarios junto a los más pobres. Todos contribuyen y hacen posible lo que somos y lo que tenemos. Abriendo los ojos, podemos descubrir y alegrarnos por tantos signos de crecimiento material y por tantas realizaciones, fruto de la inteligencia y del esfuerzo de muchos conciudadanos. La memoria agradecida y el asombro por las cosas grandes y bellas alegran el corazón y abren las voluntades para cosas aún mayores.
También los tiempos que anteceden los procesos eleccionarios ofrecen motivos de asombro: en algunas oportunidades porque abren el horizonte a la esperanza de algo mejor; en otras, porque las promesas aparecen con rasgos difícilmente realizables. Las promesas abundan y junto a las promesas de unos, se levantan las descalificaciones de otros. Por su parte, los medios de comunicación social no dejan de amplificar propuestas y contrapropuestas, ofreciendo así amplios espacios de discusión y de confrontación, de aceptación o de rechazo. Se promete prosperidad, desarrollo y felicidad para todos los ciudadanos, y cada cual ofrece caminos para superar la desconfianza reinante y las abismantes diferencias sociales, que los obispos de Chile hemos definido como "escandalosas". De un lado y de otro, se levantan voces para demostrar que las tesis de los adversarios carecen de consistencia, mientras que las propias llevarían a la construcción de una sociedad ideal y plenamente libre; más justa y próspera para todos, moderna, tolerante y sin exclusiones. Cada cual emplea "palabras mágicas" que pretenden asegurar el éxito de la empresa.
¡Qué bueno! Un país que sueña es un país joven, dinámico y abierto al futuro. Discutir ideas, confrontar caminos y proyectos, discernir opciones y rutas a seguir es propio de quien tiene la vida por delante. Sin embargo, en este contexto, con honestidad, resulta indispensable preguntarse: ¿Sobre cuáles consistencias pensar y proyectar el futuro? ¿Sobre cuáles bases pensar y proyectar el futuro de Chile?
Jesús enseñó que una casa construida sobre arena no puede permanecer de pie cuando arrecian los vientos y las olas. Hay que construir sobre roca, y para ello es menester mirar con empatía y responsabilidad las aspiraciones de la gente; sopesar adecuadamente las condiciones socioculturales, económicas y políticas que reclaman un orden social más justo, solidario y respetuoso de la dignidad de toda persona y de todas las personas. Es esencial alargar los espacios que reconozcan los derechos de todos, especialmente de los que por demasiado tiempo han quedado al margen del camino y favorecer su participación cultural y política. Es urgente promover una verdadera economía solidaria y un desarrollo integral y sustentable para toda la comunidad. En este contexto, la tarea de los políticos aparece revestida de una enorme responsabilidad, pues "la búsqueda, siempre nueva y fatigosa de rectos ordenamientos para las realidades humanas, es una tarea de cada generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por concluida" (Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 25).
Para que su discernimiento y sus voluntades se vuelquen hacia el bien del país, quienes aspiran a servirlo desde la política deberán conjugar adecuadamente "razón y libertad"; "libertad y responsabilidad"; "responsabilidad y competencia". Sin embargo, razón, libertad, responsabilidad y competencia no parecen suficientes para garantizar un futuro lleno de realizaciones. Así lo advierte acertadamente Benedicto XVI en su Carta Encíclica "Spe Salvi": "Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior, no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo" (n. 22).
En este escenario, no exento de descalificaciones y de tonos inadecuados, quienes creemos en Jesús y en su mensaje sabemos que el dinero no lo compra todo y que la sola ciencia no redime al hombre: el hombre es redimido por el amor. Es lo que los Obispos de Chile hemos querido ofrecer a la reflexión del país en la Carta Pastoral "Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile": Jesús nos ayuda a entender la dignidad de la persona humana; a darle sentido profundo a la vida; a reemplazar el individualismo por el amor y la solidaridad; a valorar el servicio y lo gratuito; a reencontrar la verdadera libertad; a enfrentar el dolor, la debilidad y el fracaso; a dar dignidad al trabajo humano; a vivir el pluralismo y fundar sólidamente nuestros valores.
Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago