Me marcho con sentimientos mezclados de México: con la emoción y responsabilidad de asumir la presidencia del Consejo de la Cultura y las Artes de Chile, y con la tristeza que implica el fin de mi misión como embajador en México. Extrañaré desde los desayunos con tortillitas de maíz hasta las sesiones de trabajo con gente que comparte feliz su erudición, desde el afectuoso estilo para interactuar hasta la precisión de sus visiones, desde su profesionalismo hasta la generosa amistad que te brindan. Extrañaré desde los columnistas de los diarios que abordan con profundidad y espíritu crítico la realidad hasta los programas nocturnos, como el de Leo Zuckerman, donde "se platica" haciendo gala de un español tan elegante y versátil, que nos parece un idioma de estilistas. Extrañaré desde las mañanitas diáfanas y tibias del DF hasta sus diluvios de las cinco de la tarde, desde sus bellas librerías con libros insólitamente baratos para los chilenos, hasta las infinitas filas de automóviles de las horas peak en que nadie toca la bocina y cada cual se las arregla para avanzar pasito a pasito.
Hay amores a los que separa abruptamente la distancia, pero que siguen palpitando con fuerza pese a la distancia. Es lo que me ocurre con México. Terminé mi misión en ese apasionante país, dueño de una cultura milenaria y moderna, rica y diversa, que ha sabido preservar, cultivar y difundir, pero creo que jamás me podré ir de México. Ser embajador allí ha sido la experiencia profesional más intensa, desafiante y honrosa, pero también la más grata de mi vida. Chile y México están unidos por su historia, por un Tratado de Libre Comercio, un Acuerdo de Cooperación Estratégica y el impulso conjunto que brindan a la Alianza del Pacífico, el esquema de integración de mayor crecimiento en el planeta, pero no nos unen solamente cifras, acuerdos y proyectos, sino también una comunión de valores y principios, y una empatía y sintonía natural entre ambos pueblos y sus líderes.
Lo percibí desde que llegué a vivir a México. Los chilenos, sus productos, sus logros en economía, estabilidad y mesura política, su apertura al mundo y el hecho de ocupar el primer lugar en el índice de desarrollo humano de la ONU, despiertan admiración en el gran país del norte. Eso facilita las cosas para diplomáticos, empresarios, profesionales, estudiantes, funcionarios y turistas de Chile. Sintiéndose seguros en su historia, cultura, tamaño, posición e influencia en el planeta, los mexicanos expresan con sinceridad lo que admiran, en este caso, de Chile. México acogió con los brazos abiertos a centenares de exiliados chilenos en 1973. Encontraron un país solidario. Muchos se nacionalizaron, otros regresaron con la democracia y mantienen un rol destacado en política. Muchos dejaron en México una huella indeleble en la academia y vida profesional. Hoy los chilenos vuelven a México como turistas, ejecutivos o inversionistas, o como estudiantes, y todos quedan seducidos por la inmensidad y la diversidad del país, y por su pujanza, solidez y las oportunidades que brinda.
Pablo Neruda decía que México está en los mercados. Para Gabriela Mistral, México está en sus niños y sus montes de cimas gentiles. A México lo define también la asombrosa y estremecedora presencia de las etapas de su historia: la precolombina, la colonial y la moderna. México es sus magníficas playas y pirámides, sus espléndidas ciudades coloniales, su gente afable y diversa, sus paisajes y su gastronomía, pero es asimismo su modernidad, por ejemplo, en su industria automotriz y aeroespacial, o en los impactantes centros de innovación tecnológica. Es difícil definir a un país que engloba todo: México, pasado, presente y futuro.
La nueva etapa iniciada bajo el gobierno del Presidente Peña Nieto, que se apoya en un gran Pacto por México, que une a partidos de derecha, centro e izquierda, no solo expresa madurez política y un profundo deseo nacional por afrontar unidos los retos del país y aprovechar las oportunidades que presenta la globalización, sino también una excelente oportunidad para los chilenos, siempre bienvenidos en esas tierras. ¡México, hasta siempre!