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Cartas
Lunes 10 de junio de 2013
Educación gratis
Señor Director:
Cuando Michelle Bachelet llegó a Chile fue consultada respecto de qué entendía sobre gratuidad en la educación. Y su respuesta, coherente con lo que intentó hacer, aunque con bastante timidez, en su propio Gobierno, fue que la educación gratis es solo para quienes no pueden pagarla. Lo ejemplificaba con mucha honestidad con su propia experiencia. ¿Cómo va a ser justo que el Estado pague la educación de mi hija?
Ahora parece que para ganar la adhesión del llamado progresismo duro, estudiantes y Partido Comunista, es indispensable alterar sus propias convicciones, al punto de proponer gratuidad universal.
Alcanzar la gratuidad universal en la educación superior chilena supone, en régimen, un costo fiscal del orden de los US$ 4 mil millones adicionales. De ellos, no menos de mil millones irían en beneficio del sector más rico de la población, lo que, por cierto, sería muy injusto e inequitativo.
¿Cómo entender entonces que se acepte que estudiantes de familias pudientes puedan estudiar gratis? Muy simple. Se dice que una reforma tributaria financiaría los mayores gastos y que los impuestos afectarían solo a los ricos. Pero esa es una falacia. Desde luego, porque la base tributaria en Chile es amplia y dispersa y fatalmente la mayor tributación recaerá en quienes realmente pagan impuestos en nuestro país: la clase media. Peor aún, ese mayor gasto fiscal, al favorecer a sectores que pueden pagar la educación superior, restará recursos a la educación preescolar y escolar, que es donde de verdad se juega el partido para una sociedad más inclusiva.
Seamos serios. La gratuidad universal en la educación superior es regresiva desde el punto de vista de la distribución de los ingresos, y, de materializarse esta propuesta en el año 2017, como lo ha señalado la ex Presidenta, se atentará gravemente contra los valores de la justicia y equidad en un país donde la marginalidad y la pobreza son todavía lacras sociales muy profundas.
Carlos Williamson B.