Hace rato que el sistema político está fuera de foco no solo con aquello que los ciudadanos esperan, sino con las necesidades elementales del país (y no voy a detallar por qué afirmo eso).
Los políticos están entre ensimismados y desorientados. La razón es bien clara, y común en muchas organizaciones y sociedades: por una serie de factores internos de las personas y también externos a ellas, como cambios en sus relaciones familiares, acceso a educación, a información y nuevas ideas, mayor transparencia, ajustes de expectativas ante logros, globalización, cambios tecnológicos, ilusiones de progreso, etcétera, las personas han visto cambiar sus condiciones de vida, y como consecuencia, ajustan su visión del mundo, su forma de pensamiento y sus propias necesidades y aspiraciones a partir del cambio en esas condiciones, buscando construir un nuevo "encaje" entre lo que están viviendo y su visión del entorno. Y por lo tanto demandan cosas diferentes de la sociedad en que viven y de sí mismos. Ven y se ven distinto.
El sistema político, sin embargo, cambia poco: permanece en general anclado a los viejos esquemas, prácticas e incluso personas, aferrado a sus propias condiciones de vida, a su visión del mundo y a sus formas de pensamiento. Tampoco cambian mucho sus reacciones ante la percepción de la distancia, de la brecha, del desencaje: o dan respuestas populistas intentando empatizar por la vía de "decir lo que la gente quiere escuchar", o le echan la culpa al "otro" argumentando "yo no puedo ayudar a la gente porque 'el otro' no me deja".
Ninguna de las dos reacciones expresa un mínimo aporte de liderazgo, por supuesto. Y como las personas han cambiado y ven las cosas de un modo distinto, perciben que en el sistema político no encontrarán las respuestas, y la brecha aumenta. La trampa está construida. El "qué debo decir para convencer y ser elegido" solo aumenta la desconfianza y propende a relaciones transaccionales; el ciudadano reacciona: "ok, yo te apoyo si tú dices y me das lo que quiero. Y cuando dejes de hacerlo, te abandono". No parece precisamente una conexión muy sana ni menos aún construye una relación de largo plazo.
El rol del liderazgo político consiste en proponer una visión de futuro, y esa visión debiera jugar un rol más importante en el presente que las huellas del pasado. ¿Qué proyecto de futuro tenemos como país, como sociedad? ¿Qué visión de futuro nos proponen quienes quieren dirigirnos? Esta visión corresponde al sueño de país en que queremos vivir, y es previa a los programas de gobierno; esos son solamente propuestas acerca de cómo hacerlo para alcanzar una determinada visión.
No es solamente un desencaje en las visiones de mundo lo que nos ha llevado a esta situación. Una de las distorsiones que se perciben es la forma que ha tomado el debate. Discutimos sobre posturas, no sobre sustentos. La postura es lo que opinamos sobre algo (y si la mayoría o la capacidad de presión opina A, hacia A se mueve el sistema político); el sustento es por qué opinamos así y apela a las formas de pensamiento y a los intereses detrás de las posiciones.
Parafraseando al filósofo colombiano Estanislao Zuleta, nuestro problema no es saber lo que deseamos, sino comprender nuestra forma de desear. Discutimos sobre posturas y posiciones - y, por lo tanto, bastan las encuestas de opinión-, y no sobre sustentos ni intereses, lo cual requiere un análisis más profundo para llegar al fondo de las aspiraciones y necesidades. Pero es más fácil preguntar y responder sobre una opinión que sobre el porqué de esa opinión, que exige al que pregunta y a quien responde una complejidad superior, como puede ser sentarse a escuchar, dejando por un momento de lado los propios esquemas mentales. El debate relevante es entonces, y en primer lugar, sobre cómo vamos a debatir ( copyright del destacado publicista Martín Vinacur). Y los medios juegan un importante rol en esto.
Otro aspecto fundamental es la confianza: hay quienes confían en los científicos, otros en profetas, otros en los medios, otros en ciertas personas o grupos, y otros solo en sí mismos. Y eso ocurre porque hemos avanzado en aceptar que ya no existe una verdad; o, al menos, que nuestra verdad no es única, que cada uno la construye desde su visión del mundo y sus redes de confianza. Que entendamos que existe más de una verdad no es un problema, incluso aporta más y mejores posibilidades. Lo complejo es la desconfianza, porque no ayuda a construir visiones comunes.
Vivimos en un país de desconfiados, donde líderes y seguidores se miran con recelo y, peor aún, no se comunican. Este contexto de muchas verdades y poca confianza se ha ido transformando en una mezcla fatal para la credibilidad del sistema político. Y la desconfianza creciente hacia las instituciones (todas) representa un riesgo de gobernabilidad al que hay que prestar atención.
En síntesis, podemos construir una sociedad más sana, pero necesitamos un ajuste del sistema político ante el cambio en las condiciones de vida de la gente, una visión de país generada democráticamente a partir de múltiples miradas planteadas con sinceridad y apertura y el establecimiento de redes de confianza y comunicación. Construir una visión común de nuestro futuro nos permitiría definir políticas de Estado más allá de cada período de gobierno. ¿Elecciones? ¡Bienvenidas!, pero aprovechémoslas con un debate de altura.
Daniel Fernández K.
Ingeniero Civil
Vicepresidente ejecutivo de HidroAysén y ex director ejecutivo de TVN.