En este tiempo de campaña política se ha aludido reiteradamente a la importancia de un "relato" para encantar a los electores. Y se ha insistido, a modo de ejemplo negativo, en que el gobierno del Presidente Piñera no ha tenido relato, y de ahí su bajo nivel de adhesión. No queda claro si los gobiernos de la Concertación lo tuvieron. En todo caso, hoy los candidatos y las fuerzas políticas tratan denodadamente de articular uno.
Lo primero que hay que comprender es que un relato no consiste en una expresión de la realidad, presentada de un modo convincente y encantador. De ninguna manera. El tipo de relato que se echa de menos es, precisamente, una ficción o, mejor dicho, una construcción de la irrealidad que apunta, como condición básica, a exaltar sentimientos que anidan en almas buenas y sencillas. Estas, por eso mismo, se impresionan cuando se les resalta el carácter prosaico e imperfecto de la realidad.
De aquí que un relato implica descartar de plano lo existente. Luego, delinea vagamente un mundo ideal y bello, que solo la maldad de los explotadores y abusadores impide construir. Y como el discurso está asentado desde un comienzo en la ficción, se concentra intensamente en la indispensable e inmediata destrucción de las instituciones, acusadas de proteger a los perversos y a las supuestas fuerzas del mal. Es así como logra potenciar los sentimientos y dotarlos de una formidable carga destructiva que guiará la acción.
El caso es que el futuro nunca llegará. Cuando más adelante se pregunte por su realización, solo se insistirá en todo lo feo que se destruyó para dar cabida al siempre futuro e inexistente mundo redimido.
La gran lección del siglo XX es que los voluntarismos nos dejaron un gigantesco legado de idealismos frustrados y de destrucción en todas par- tes del mundo: el socialismo comunista encabeza la lista. El voluntarismo es característico de algunos grupos de élites que desafían a la realidad, precisamente porque esta se configura por la acción libre de infinidad de personas a través del tiempo.
Luego de años de relativa conformidad y sensatez en nuestro país, el eco fácil que ha encontrado en grupos políticos la búsqueda de un relato expresa, en el mejor de los casos, fatiga frente al constante remendar y pulir que impone la acción humana. Los llamados a establecer una asamblea constituyente y a introducir novedades de todo tipo prescindiendo de lo existente nos invitan a valorar la dura y compleja ruta que nos impone la prosaica realidad.