Aunque la cuenta presidencial del 21 de mayo mostró -con la profusión de cifras acostumbrada- los avances logrados, la mirada de muchos está dirigida a cómo viene la mano de cara al futuro. Hay señales que están provocando inquietud en los mercados. El ritmo de expansión de la economía ha decaído, las utilidades de las grandes empresas retroceden y la bolsa mantiene un prolongado letargo.
Parte de la preocupación proviene del debilitamiento del cobre, que responde a la moderación del crecimiento de China. Pero ello era esperable y es incluso positivo, porque evita burbujas que más tarde traen dolores de cabeza. En cambio, sorprende que los analistas no estén destacando que Estados Unidos -una vez más- está resolviendo sus problemas y que Europa, aunque sumida en una severa recesión, al menos ha dejado de alarmar a los mercados. Sumando y restando, el panorama externo sigue siendo auspicioso para Chile, pero hay que manejarse con tiento.
En el frente interno, el clima económico se ha tornado más incierto. Hasta ahora, el temor generalizado, admitido incluso por las autoridades, era que el auge de la demanda pudiese crear una burbuja inmobiliaria o desatar presiones inflacionarias. Por eso, el Banco Central ha mantenido tasas de interés comparativamente altas, lo que se traduce en que el costo real del crédito es elevado -las pymes pagan tasas cercanas a 15% real anual-, y el dólar descendió considerablemente. Los signos de desaceleración parecen haber disipado las aprensiones y se anticipa un eventual recorte de tasas. Ello puede ayudar, pero no ataca los problemas de fondo.
Es nuestra capacidad de sostener un crecimiento económico rápido la que está en tela de juicio. Más allá de la retahíla de anuncios oficiales, el Gobierno deja una larga agenda pendiente en materia de inversión y competitividad. Inicialmente, las buenas señales de política macro y microeconómica bastaron para desatar las energías del emprendimiento. Pero los retrasos en los proyectos de electricidad e infraestructura ya se hacen notar. Los incrementos en la carga tributaria y regulatoria han defraudado las expectativas. Aunque hay valiosas iniciativas, los emprendedores siguen obligados a sortear los intrincados obstáculos que les interpone la burocracia. Nuestro ascenso al desarrollo no está en absoluto garantizado, y si no tomamos en serio ese desafío, solo cosecharemos frustraciones.