El ciclo Grandes Pianistas del Teatro Municipal nos ha ido acostumbrando a tener la vara alta. András Schiff o Nelson Freire, por ejemplo, dejaron referentes ineludibles y existe la tentación de comparar. El jueves escuchamos a Kotaro Fukuma, quien, al margen de comparaciones, se reveló como un intérprete claramente destacado en la legión de actuales pianistas jóvenes.
Fukuma privilegia el sonido cuidado y la diafanidad; aun en los pasajes más virtuosos, nada se pierde y sus pasajes en pianissimo obligan a una audición alerta. Su extraordinaria técnica se despliega a través de una actitud mesurada donde las dificultades parecen inexistentes, lo que quedó de manifiesto desde la primera obra del programa, las Variaciones "Abegg" opus 1 de Schumann, composición que a pesar de la juventud del autor -la escribió a los 20 años- ya tiene la identidad estilística que será su sello.
La misma edad tenía Brahms cuando compuso su monumental Sonata Nº 3, que también revela tempranamente su poética inconfundible. Con una estructura cíclica ("la compleja red de trenzados temáticos"), la obra es una mezcla de construcción granítica y lirismo crepuscular. La pieza, que no hace concesiones al melodismo, no es fácil de oír y menos de ejecutar. Si en los movimientos extremos se echó de menos más consistencia en el toucher y mayor aliento en los amplios arcos brahmsianos, el Andante espressivo fue un punto memorable del recital.
En las piezas del tercer Cuaderno de la Suite "Iberia" de Isaac Albéniz, Fukuma usó su soberana técnica para hacer desfilar las policromas imágenes, aunque hubo españolismo algo deliberado y en exceso caprichoso, lo que no fue óbice para una entrega arrebatadora del último número, "Lavapiés".
Grata sorpresa fue la transcripción, del propio solista, de la obra orquestal "El Moldava", de Smetana. El fluir de las aguas se pintó a través de una escritura pianística hecha a la medida de las virtudes de Fukuma y parecía combinar a Liszt y Debussy. El estruendoso aplauso hizo que Fukuma agregara obras de Poulenc, Schumann y la célebre "Campanella" de Paganini-Liszt, en una versión de fascinante limpidez. Ahí la ovación fue de pie.