EL mejor comentario del discurso del 21 de mayo lo hicieron algunos parlamentarios opositores. Según ellos, más que rendir cuentas, Piñera buscaba preparar su reelección para 2018. Traducido al castellano, esa crítica implica reconocer que la cuenta que ese día presentó al país fue tan impresionante que podía hacernos pensar en una vuelta suya a La Moneda.
El mérito mayor del discurso, empero, no está en los datos ni en el optimismo que trasunta, sino en que, por primera vez en nuestra historia reciente, un Presidente se atreve a darnos una pésima noticia, nuestra grave crisis demográfica:
"Si los índices de natalidad que teníamos a comienzos de los 90 hubieran permanecido constantes, hoy tendríamos un millón de niños adicionales jugando y alegrándonos nuestras vidas (...) En muy pocos años más, la población de nuestro país, en lugar de crecer, se va a empezar a reducir".
Conseguiremos mejorar la educación, controlar la delincuencia y superar la extrema pobreza, pero ¿cómo podremos traer a ese millón de niños que deberían estar y no están?
Los críticos del Presidente nos dicen que el bono por el tercer hijo es insuficiente para evitar que nos transformemos en una nación de viejos. Tienen razón.
Pero es un mérito de Sebastián Piñera el haber visto ese problema, más grave que cualquier terremoto. Del 21 de mayo de 2013 en adelante, ningún Presidente podrá gobernar Chile haciendo como si ese problema no existiera.
El resto del mensaje es un conjunto de buenas noticias. Obviamente, el maquillaje juega un papel importante en estos discursos, pero incluso si le sacamos los adjetivos, el balance sigue siendo muy bueno.
¿Es solo mérito de su gobierno? No: los resultados que pudo exhibir no serían posibles sin el buen trabajo previo que, en términos generales, hizo la Concertación. Por eso, las constantes comparaciones entre los datos de 2009 y los de 2013 dejan un sabor un tanto amargo: es verdad que el país ha progresado, y que en muchos aspectos estamos significativamente mejor que en 2009, pero el éxito no cae del cielo ni es solo el fruto de tres años de trabajo duro.
En todo caso, tratándose de la obra de Sebastián Piñera, los reconocimientos nunca serán entusiastas, y siempre irán acompañados de un "pero...".
Mucho se ha escrito sobre la personalidad del Presidente Piñera, pero alguna vez habrá que analizar la forma en que los chilenos se enfrentan a su figura, es decir, estudiar nuestra propia psicología, que nos lleva a no reconocerle sus méritos.
Da la impresión de que la sola existencia de alguien que tiene una inteligencia, cultura y riqueza muy superiores al político promedio produce en algunos una particular irritación. En ciertos casos, este fenómeno resulta evitable. De hecho, hay personas descollantes que desarrollan instintivamente ciertas estrategias para evitar esos sentimientos indeseables en los demás. El Presidente Piñera no tiene esos recursos, y provoca reacciones destempladas o reconocimientos muy tibios.
El problema de qué hacer con los individuos excepcionales es tan antiguo como la democracia. Los griegos recurrían al ostracismo, y exiliaban por 10 años a ciertos individuos cuya personalidad excesivamente singular era vista como una amenaza para el normal funcionamiento de la polis.
Como esas prácticas no son aceptables en nuestras democracias, la derecha se sacó de encima a Sebastián Piñera poniéndolo como candidato presidencial. La prueba de que se trató de un "ostracismo en La Moneda" está en que pocos se han jugado por él. Salvo personas aisladas, no ha contado con el mínimo apoyo de los electores que requiere un Presidente. "Que él se las arregle si es tan inteligente; nosotros nos dedicaremos a nuestros asuntos privados y a nuestro deporte favorito: criticar".
No han faltado motivos para la crítica, particularmente en la primera parte del gobierno, donde el exceso de tecnocracia y la falta de política trajeron toda suerte de consecuencias indeseables. Pero sus colaboradores, a veces demasiado jóvenes y un tanto arrogantes, fueron madurando a palos y conformaron un equipo que ha salido airoso. Gane la Alianza o la Concertación, en marzo la mayoría de ellos volverá a sus empresas y oficinas, pero una parte importante se habrá entusiasmado con la política. Será una ganancia para el país y un buen legado del Presidente Piñera.