Dicen que el mejor momento de un Presidente de la República es el día de su victoria electoral y los días siguientes, mientras no asume su cargo. Son tiempos de éxito, de sueños, esperanzas, felicitaciones y novedades, sin las responsabilidades y costos de las decisiones presidenciales. Por eso, el Presidente Menem reclamaba contra su predecesor, el Presidente Alfonsín, que debió cederle anticipadamente el mando, impidiéndole disfrutar como Presidente electo.
Mejor momento aún debe ser cuando un Presidente es reelecto en ejercicio de su cargo: cuenta con más tiempo para llevar adelante sus planes y recibe la legitimidad renovada, siempre que la reelección no sea producto de cambios constitucionales autocráticos, como es el caso de Morales, Chávez y Cristina Kirchner y compañía. En Chile eso no sucede, a menos que caigamos en el populismo.
Los peores tiempos presidenciales, fuera de los fracasos e incomprensiones de un gobernante, deberían ser los de su irrelevancia, cuando aparecen los posibles sucesores, y más todavía cuando surge el nuevo Presidente electo. Las cámaras y la opinión pública vuelcan el interés al siguiente y no al saliente. Son varios meses, con la llama del poder extinguiéndose inevitablemente. Esa decadencia del poder puede llevarse en paz perfectamente, si se percibe una revalorización de la ciudadanía por la gestión presidencial, en la antesala del juicio final de su desempeño. También ayudan a sobrellevar el ocaso, la culminación de las promesas y las inauguraciones, cortando cintas: ya de nada valen los decretos y órdenes presidenciales, que quedarán incumplidas y hasta desobedecidas por los que fueran los más leales colaboradores.
El Presidente Piñera se acerca a esos tiempos difíciles. Sabemos que tiene una personalidad única: infatigable, ubicuo y obstinado. Seguirá trabajando hasta el último minuto; lo veremos, a veces, con hostigamiento y con cierto sarcasmo, en los lugares y en las más variadas situaciones inimaginables. No cejará hasta el último día de proponer nuevas iniciativas. Veremos qué anuncia el 21 de mayo. No sorprendería que lo hiciera con la misma fuerza, como si fuera su primer mensaje presidencial. Insistirá en verificar si sus ministros han cumplido o no los encargos que les entregó en esas carpetas y con ese pendrive que nos hizo reír el día que anunció su gabinete. Continuará empujando su extensa agenda legislativa. Le resbalará la férrea oposición de la Concertación en el Congreso. Debe estar entre sus cálculos la creencia de que la oposición, simplemente ideológica y partidista, desprestigia a sus opositores y favorece a los candidatos de su coalición, cuyo apoyo será indispensable, y exigirá reciprocidad, si es que pretende ser reelecto en 2017.
El Presidente Piñera puede ser atípico, pero no creo que sea diferente de los demás presidentes contemporáneos en cuanto a su aspiración a ser reelecto.