A veces las redes sociales nos traen buenas sorpresas. Desde hace algún tiempo me correspondo con Luis Darmendrail, joven licenciado penquista, autor entusiasta de un blog llamado “Historia Arquitectónica de Concepción” (concehistorico.blogspot.com) que recomiendo a estudiosos y amateurs de las tradiciones de nuestro país. Como orgulloso urbanita, Darmendrail observa con ojo agudo los ires y venires de su querida Concepción, ciudad ejemplar, pujante y moderna durante casi toda nuestra historia republicana, y ahora también reflejo del desprecio por el patrimonio construido que resulta tras décadas de antojadiza liberalidad en la planificación y gestión del suelo en las ciudades chilenas.
En el último ensayo de ese blog, el autor hace una síntesis de la historia del Mercado de Concepción, recientemente incendiado en medio de un largo y ácido conflicto entre especuladores inmobiliarios, locatarios y autoridades por su valor y su destino. Situado en un lugar muy tradicional de la cuadrícula penquista, a pasos de la Plaza de Armas, se trata de uno de los edificios más notables de la modernidad chilena, fantástico por su alarde de ingeniería y arquitectura en 1940, apenas meses después de que la región fuese arrasada por uno de los mayores terremotos registrados en la historia. El terremoto de Chillán había sido el primero en Chile documentado con detalle desde el aire: las pocas estructuras que habían quedado en pie eran todas de hormigón armado; de ahí en adelante la sociedad entera construiría en “material”. La reposición de numerosos edificios públicos en el sur de Chile después del cataclismo abrió al país las puertas de la modernidad, particularmente encarnada en la nueva tecnología y las espectaculares libertades del hormigón armado. El Mercado de Concepción es obra del húngaro Tibor Weiner, arquitecto formado en la Bauhaus y en la vanguardia del constructivismo ruso, quien había llegado a Chile en 1939 escapando de la segunda Guerra Mundial. Weiner ganó varios concursos del Estado chileno para la reconstrucción de infraestructura, y entre sus obras brilla sin duda la audaz estructura de este mercado, con una bóveda de 50 metros de luz entre apoyos.
Desde la década de los ’90, la privatización del mercado municipal ha significado desafortunadas alteraciones al edificio, descuido general y, últimamente, la proposición de demolerlo para construir en el codiciado terreno algo más rentable. El pragmatismo destructivo de gestores inmobiliarios y funcionarios públicos tiene una sola explicación: la ignorancia cultural, y la falta de amor por la historia de su país. El incendio, si bien una enorme desgracia para los locatarios, podría terminar siendo una bendición disfrazada de catástrofe, puesto que al final pone al edificio, con su enorme valor histórico y arquitectónico, a la vista de la opinión pública. Antes de que nada se decida, debe ser el ciudadano de Concepción el que tenga la palabra sobre el destino de tan formidable y simbólico edificio.