No exagera Ignacio Walker cuando se queja de maltrato. No se trata solo de que Ella esté apoyando a los parlamentarios de izquierda, y aproveche el mes y medio que le queda antes de tener que poner su cara en carteles de moros y cristianos. La insatisfacción DC viene de mucho antes, porque su papel es muy diferente de los años triunfales del comienzo de la Concertación.
Es un maltrato que se expresa de mil maneras, desde la simple prescindencia en decisiones importantes hasta el coqueteo de la izquierda con el PC. La DC alemana, madre de todas las DC, ya ha manifestado su molestia. Walker y Orrego hacen lo que pueden para tranquilizar a la Sra. Merkel, sin mucha fortuna.
Parece raro ese maltrato. La Concertación es tal (y no solo una UP renovada), gracias a la DC. Ella le proporciona el apetecido centro político, y pone una dosis de sensatez cuando alguien se pasa de la raya, como cuando algunos quieren suprimir la educación particular subvencionada. En cualquier país del mundo, un partido así sería coqueteado por todos y lo tratarían con guante blanco. No es así entre nosotros.
¿Cómo explicar esa anomalía de la izquierda chilena, que (salvo socialistas como Escalona) menosprecia a un aliado tan valioso?
La razón es sencilla. La izquierda sabe que en la estructura psicológica de la DC hay un trauma de infancia, que la ha marcado por más de medio siglo. La DC nació de la derecha y tiene mucho en común con ella, pero fue un nacimiento doloroso, que tuvo la forma de un rechazo. La Falange se rebeló contra el lado malo de la derecha, el clasismo, la arrogancia e insensibilidad de muchos en el Partido Conservador, y le resulta muy difícil olvidarlo. Además, aunque derecha y DC coincidieron en la necesidad de poner fin al Gobierno de Allende, la actitud de una y otra frente al régimen militar fue muy diferente.
De esta forma, a la DC le cuesta imaginarse en una alianza con la derecha. Sólo aceptó esa colaboración durante una situación de grave emergencia, como fue la destrucción de la convivencia política durante la Unidad Popular.
¿Cabe tender puentes entre la DC y la centroderecha? No es un imposible. Ante la catástrofe del terremoto de 2010, Ignacio Walker propuso diversas medidas de unidad nacional. Pero la Alianza estaba embriagada con su triunfo y absorbida por las tareas de la reconstrucción. El llamado fue desoído y pasó la oportunidad. Si la derecha quiere acercarse a la DC, debe estar dispuesta a cambiar en muchas cosas, partiendo por la ilusión de algunos, compartida con cierta izquierda, de borrarla para crecer a su costa. La DC tiene cuadros políticos y técnicos competentes, y es necesaria para el país.
El binominal, que en otro tiempo favoreció a los democratacristianos, les impide llevar una lista propia y les exige permanecer en una Concertación que se les está poniendo muy incómoda. Muchos líderes del partido pueden decir hoy, como Reutemann, "he visto cosas que no me gustaron", pero se sienten atrapados. Saben que no pocos de sus adherentes apoyaron a Lavín en 2000 y fueron los responsables del triunfo de Sebastián Piñera en 2010. Ven con preocupación el vaciamiento electoral y afectivo de sus bases, pero se sienten impotentes. Si al posible deterioro político se suma su vaciamiento ideológico, el panorama futuro dista de ser halagüeño.
Aunque algunos DC están contentos, otros sienten que el aire concertacionista a veces se pone muy espeso. Para colmo, como llevan una precandidatura simbólica, no pueden negociar todavía con una Bachelet que, por falta de contrapeso, se inclinó hacia la izquierda. El 1 de julio, cuando lleguen a la mesa, los otros comensales se habrán comido hasta el postre. Y ellos se encontrarán con un invitado glotón y molestoso, el PC, del que no podrán zafarse. Otros se habrán banqueteado y la DC tendrá que pagar la cuenta, en este caso la pérdida de electores y de identidad doctrinal.
Ningún partido es inmortal, ni siquiera la Democracia Cristiana. Pero no es bueno para Chile que ella empiece a recorrer el camino, quizá largo, que termina en el cementerio donde están los monttvaristas, los conservadores y liberales de antaño, los agrario-laboristas y tantos otros que un día florecieron y hoy solo se recuerdan en los libros de historia.
Es difícil saber si alguna vez la DC hará una alianza con la centroderecha. Pero mientras sus socios concertacionistas sepan que es imposible, ella no podrá ser el árbitro de la política chilena, y tampoco deberá extrañarse si sigue siendo maltratada.