A partir del proceso que llevó a nuestro país a retornar a la democracia, la sociedad chilena ha estado marcada por grandes desafíos que nos permiten identificar ciclos políticos muy definidos. La década del noventa nos planteó la necesidad de alcanzar un acuerdo institucional que hiciera posible un reencuentro entre los chilenos. Esa década fue el período de reconstrucción de la convivencia cívica, en el marco de las instituciones democráticas. El ex Presidente Aylwin jugó un papel fundamental, liderando a su coalición política y al país con voluntad de reconciliación y mirada de futuro.
Sin embargo, hacia fines de los noventa todo el debate sobre la democracia y las instituciones políticas había perdido pertinencia en la vida de los chilenos, la democracia estaba razonablemente consolidada y las personas desplazaron su interés a otro tipo de problemas. Así la delincuencia, la atención de salud, la vivienda y otros temas ganaron relevancia, mientras el mundo político se quedó pegado en una discusión superada para la gente normal.
Esto fue lo que hizo especial la campaña presidencial de Joaquín Lavín el año 1999, porque articuló un proyecto que se hacía cargo de esta disonancia entre la gente y los políticos, acuñó la frase "los problemas reales de la gente" e invitó al país a un cambio, "viva el cambio" era su eslogan. Pero ese "cambio" no era el reemplazo de un gobierno por otro, era cambiar la política, por la vía de cambiar sus prioridades. Es memorable la imagen de Joaquín Lavín mostrando la lámina de la encuesta del CEP en que se consignan los problemas a los que los encuestados asignaban importancia de mayor a menor, y Lavín la invirtió en pantalla señalando que los políticos gobernaban con la encuesta al revés, no se preocupaban de los problemas reales que sí preocupaban a la mayoría del país.
Lavín perdió estrechamente la elección, pero el Presidente Lagos gobernó con una mirada muy distinta. Bien o mal, desde su propia óptica, la concertación asumió que tenía que hacerse cargo de los problemas de la gente.
Pero ese ciclo también ha terminado, nuevamente sentimos que hay una demanda social insatisfecha y que la dirigencia política tiene que escuchar, entender correctamente y dar la respuesta eficaz. Es evidente que hay una cierta insatisfacción, la forma en que se han puesto de moda conceptos como "abuso", "gratuidad" y "lucro" es indicativa de lo que está pasando.
La oposición plantea un diagnóstico que nos habla de una sociedad muy desigual y esa desigualdad es la que causa y explica los abusos. Por lo tanto, plantea una propuesta global de igualdad. Si la desigualdad es el problema, la igualdad será la solución. Lo que no dicen, aunque surge de manera obvia, es que para ellos la causa verdadera es el modelo de desarrollo, de manera que su solución lleva implícita una modificación sustancial del mismo.
Pero la oposición equivoca el diagnóstico y, por ende, la solución. En los últimos 30 años los chilenos han progresado, y mucho, la mayoría pobre de antaño se transformó en la mayoritaria clase media emergente de hoy. Esa clase media exige un estándar de cumplimiento de la oferta en todos los bienes y servicios muy superior a la que la élite política y empresarial estaba acostumbrada. La demanda ciudadana de hoy es una demanda de justicia.
Un ejemplo: En la educación superior el problema no es el lucro, sino el financiamiento; no es si la universidad es estatal o privada, sino que la calidad de la educación corresponda a los aranceles que cobra y al esfuerzo que las familias tienen que hacer para pagarlo. Hay muchos casos en que las personas sienten que las relaciones no son justas. Esto no se resuelve abandonando el modelo de desarrollo, ni volviendo a un Estado empresario. La solución es que la sociedad apoye a los más débiles y que el Estado haga cumplir reglas por igual para todos. Tal vez el mundo empresarial tiene que asumir que sus actividades tienen que ajustarse a márgenes menores, más que por el mercado, por una razón de legitimidad social.
¿Igualdad o Justicia? Esa es la pregunta de hoy y las consecuencias de asumir una u otra son muy grandes. Una sociedad más justa requiere desarrollo económico, una igualitaria, no; una sociedad más justa aumenta las opciones, una igualitaria las restringe; una sociedad más justa fomenta el emprendimiento, una igualitaria sospecha del emprendimiento; una sociedad más justa apoya al rezagado para que vaya más rápido, una igualitaria frena al que va más rápido para igualarlo a los rezagados.
En esta elección la Alianza tiene nuevamente la oportunidad de sintonizar con el país y proponer ese Chile más justo que todos anhelan. Ese es el sentido de la campaña que ha planteado Pablo Longueira, un proyecto para el Chile de los próximos veinte años, que se sale de las ideologías para hacerse cargo de este valor sin el cual ninguna sociedad logra una paz social verdadera y estable.