Desde que Iván Zamorano clavó el remate cruzado frente al Deportivo La Coruña el año 1995, no había un chileno tan protagonista en un título europeo como Arturo Vidal. Es cierto que Marcelo Salas fue clave en el scudetto de la Lazio, y que son muchos los jugadores chilenos que se han alzado con conquistas tan o más meritorias que la de la Juventus este año -como Marco Estrada en el triunfo del Montpellier en Francia la temporada pasada-, pero desatar el festejo con un gol clave en el partido que entrega la corona es un privilegio soñado que ayer volvimos a observar, con tono emocionado, en una de las ligas más competitivas del planeta.
Vidal fue pieza clave en un equipo que vuelve a marcar la hegemonía luego de caer en el pozo más oscuro de su historia tras los escándalos por las apuestas. Repite el festejo, pero ahora consagrado como pieza clave del plantel y un referente inmenso, apenas opacado por el peso mundialista de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon. El chileno es la encarnación viva del espíritu de una escuadra que ahora quiere refrescar el poderío que Italia perdió en las ligas europeas.
La reflexión lógica de los chilenos es por qué Vidal no tiene ni la envergadura ni el liderazgo que su posición amerita en la selección chilena, y la respuesta es bastante obvia: porque él mismo se encargó de minar su influencia dentro del equipo, protagonizando el gran escándalo de la era Borghi y relativizando su trascendencia dentro del esquema con expulsiones y actitudes torpes en el actual proceso clasificatorio.
De carácter difícil, a Arturo le costó ganar un espacio en el proceso de Marcelo Bielsa, donde llegó a estar también marginado. Tras el Mundial, la generación de Sulantay estaba llamada a tomar las banderas y decantar un proceso similar al vivido por Paraguay y Ecuador -para poner dos ejemplos cercanos- en que un grupo de jugadores se entroniza en los primeros lugares del continente de manera constante. No estuvo solo en esta frustración, ya que ni Medel ni Alexis ni Matías Fernández maduraron con la rapidez necesaria para ponerse al frente del grupo.
Pero en el caso de Vidal hay atenuantes que aún esperan respuesta. La principal es que las formaciones de Chile no le han encontrado cabida lógica a un volante que evolucionó de manera brillante en su paso por Europa. Acá ha jugado de líbero, de volante central, de carrilero, de enganche y en posición libre en los últimos tres años, sin que su aporte brille en el equipo.
Es más, su incomodidad apresuró la debacle de los planteamientos de Borghi y en los amistosos con Sampaoli aún no asoma cabalmente con una función definida. Será esa la tarea fundamental del técnico de la Roja, que deberá resolver, por ejemplo, si el equipo se construye en torno a Vidal o en torno a un volante de llegada más definido, como podría ser Jorge Valdivia. En el ordenamiento del ex técnico de la U, acomodar los talentos de Arturo significa resignar algunas de las características de su estilo, aunque ya ha demostrado el adiestrador no ser dogmático en esas materias.
Lo otro correrá por cuenta de Arturo, un díscolo sin liderazgo visible hasta ahora, pero que es uno de los llamados a timbrar definitivamente los pasajes a Brasil 2014. Como decían en mi casa, el muchacho es candil de la calle, pero oscuridad del hogar. Y debería estar a tiempo de cambiarlo.