El nivel de la deuda pública importa, y mucho. Cuando la deuda es elevada, la probabilidad de verse forzado a suspender el servicio de la deuda (gatillar un default ) y entrar en una crisis financiera es la peor pesadilla de todo ministro de Hacienda.
Los economistas Carmen Reinhart y Ken Rogoff (R&R), como parte de su monumental obra sobre crisis financieras, han documentado la asociación estadística entre deuda pública y crecimiento. Ellos reportaron en 2010 que cuando la deuda pública en los países desarrollados (PD) aumenta más allá del 90% del PIB, la media (mediana) del crecimiento de plazo del PIB cae desde 2,9% (3,5%) a -0,1% (2,4%).
Pues bien, hace pocas semanas un estudio de tres economistas cuestionó seriamente este resultado, encontrando que la caída del crecimiento promedio es solo a 2,2%, no a -0,1%. R&R reconocieron rápidamente su error, indicando que esta corrección es coherente con una caída a 2,4%, lo que habían reportado en el año 2012.
El cuestionamiento a las estimaciones iniciales de R&R cayó como bomba nuclear en la intensa discusión global sobre los méritos de la austeridad fiscal. Los críticos de los actuales programas de austeridad fiscal en los PD -encabezados por Paul Krugman y Martin Wolf- encontraron en el artículo crítico nuevos argumentos contrarios al ajuste fiscal. A nivel político, parecía debilitarse la posición pro austeridad del gobierno alemán, fortaleciéndose la resistencia de la periferia europea a continuar en la senda de ajuste requerida por Berlín y Bruselas.
¿Qué podemos decir a la luz de esta discusión y de la significativa investigación existente sobre la relación entre política fiscal y ciclo económico, y entre deuda pública y crecimiento de largo plazo? Cinco cosas. Primero, un punto sutil pero esencial. La asociación negativa entre deuda y crecimiento no es indicativa de causalidad. Por una parte, una recesión requiere de un aumento acotado en la deuda. Pero, por otra, los incrementos sistemáticos de deuda pública, llegando a niveles muy altos, reducen el crecimiento.
Segundo, una política fiscal contracíclica ayuda a estabilizar el producto y el empleo. Eso significa expandir el déficit fiscal y la deuda pública en recesiones.
Tercero, aunque todos querrían hacer lo anterior, no todos lo podrán hacer. Los países con mayor capacidad expansiva en años de vacas flacas son los que ahorraron durante los períodos de vacas gordas, teniendo menor deuda pública cuando les pega la recesión y, por ello, pudiendo endeudarse en montos significativos y a tasas bajas. Todos los PD expandieron sus déficits y niveles de deuda en 2008-2009, ayudando así a evitar que la gran recesión fuese una gran depresión. Algunos países europeos, como Alemania, Austria y Holanda, realizaron una expansión fiscal intensa pero transitoria. En cambio, Portugal, Irlanda, España, Grecia y Chipre siguieron endeudándose por años, hasta alcanzar niveles de deuda tales que los mercados se resistieron a adquirir más deuda, obligándolos a solicitar rescates financieros al FMI y a la Unión Europea. Por lo tanto, la prudencia fiscal requiere que las expansiones fiscales en períodos de recesión sean temporarias, seguidas por un período de ajuste fiscal, cuando la recuperación se haya afianzado.
Cuarto, a largo plazo existe una relación negativa entre deuda alta y crecimiento. La deuda alta lleva a elevadas tasas de interés, altos impuestos para financiar dicho servicio y una menor inversión privada, deprimiendo el crecimiento. Quinto, los niveles de deuda insostenible son muy diferentes para países distintos, dependiendo de otras condiciones macroeconómicas, como su competitividad y quiénes son sus acreedores. Por ejemplo, la actual deuda española de 90% del PIB conlleva altas primas de riesgo, mientras que Japón, con una deuda de 240% del PIB, paga una prima de riesgo casi nula.
¿Y Chile? Nuestro país está en otro club, el de los virtuosos fiscales. Nuestra deuda pública es baja, tan baja que está por debajo de nuestros activos en fondos soberanos, con lo cual el sector público chileno es un acreedor neto. Ello contribuye a bajas primas de riesgo, bajas tasas de interés y menores impuestos, lo que es bueno para la inversión y el crecimiento.
Una política fiscal austera es un enorme activo que se ha construido por más de un cuarto de siglo en Chile por seis gobiernos sucesivos. Una regla fiscal basada en un objetivo de balance cíclicamente ajustado desde el 2001, un fondo soberano relacionado con dicha regla desde el 2007 y el reciente anuncio de la creación de un Consejo Fiscal por el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, constituyen hitos en la institucionalización de la política fiscal chilena.
Este Consejo Fiscal tendrá entre sus objetivos hacer recomendaciones sobre el manejo y la ejecución presupuestaria, y actuar como garante de la estimación de variables clave para el presupuesto público. Este nuevo pilar de la institucionalidad fiscal de Chile es coherente con la mejor práctica internacional (unos 15 PD tienen consejos fiscales u oficinas presupuestarias parlamentarias) y con las recomendaciones más recientes de la OCDE y del FMI para Chile.