Releo el "Balance patriótico" que Vicente Huidobro publicó en el N° 4 de la revista "Acción" el 8 de agosto de 1925, y el texto comienza a parecerse cada vez más a nuestra actualidad. Huidobro no disimula su molestia con un Chile "que se muere de senectud" y mediocridad, donde nada alza el vuelo, donde gobiernan la ramplonería, la falta de virtud y de coraje. En el encendido manifiesto hay muchas aseveraciones destempladas y arbitrarias, y en él se critica un Chile que ya no existe, pero también hay interpelaciones muy lúcidas que iluminan nuestro presente.
Huidobro, recién vuelto al país, interpreta una necesidad de cambio, de renovación profunda que los países deben llevar a cabo si no quieren empantanarse en la autocomplacencia. Recordemos que en 1925 se produjo un cambio constitucional importante, pero Huidobro va más allá. Lo que él plantea es una revolución del ánimo, un cambio espiritual y cultural.
Huidobro cree que el pueblo es el que más está conectado y consciente de esta profunda crisis: "El pueblo lo siente, lo presiente, se descorazona, se desalienta". Pero es nuestra élite la que deja mucho que desear. Ahí están los políticos, "siempre dando golpes a los lados, jamás apuntando el martillazo en medio del clavo". ¿Y los empresarios? Aquí Huidobro es lapidario: "Frente a la antigua oligarquía, que cometió muchos errores, pero que no se vendía, se levanta hoy una nueva aristocracia de la banca, sin patriotismo, que todo lo cotiza en pesos y para la cual la política vale tanto cuanto sonante pueda sacarse de ella". Huidobro añora un liderazgo con visión, con grandeza y coraje.
El diagnóstico de Huidobro se resume en esta afirmación esencial. "¡Crisis de hombres! (...) Porque una nación no es una tienda ni un presupuesto ni una Biblia. (...) Socios no es lo mismo que ciudadanos". Tremenda interpelación para muchos que hoy creen que Chile solo es su Producto Interno Bruto, o que la política debe hacerse solo desde las encuestas o las agencias de publicidad.
Donde más el manifiesto empalma con nuestro presente es en la profética intuición de Huidobro de que "entre la vieja y la nueva generación, la lucha va a empeñarse sin cuartel. Entre los hombres de ayer, sin más ideales que el vientre y el bolsillo, y la juventud que se levanta pidiendo a gritos un Chile nuevo y grande, no hay tregua posible (...). Todo lo grande que se ha hecho en América, y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los 29, Carrera a los 22, O'Higgins a los 34 y Portales a los 36". ¿No estamos acaso hoy en una situación análoga a este desajuste generacional profundo, entre un país nuevo que quiere romper el cascarón y nacer, y un país viejo que le pone la lápida a ese anhelo? Este "balance" debiera hacer pensar a tantos que hablan en tono displicente de nuestra juventud, con ironía desencantada.
No hay nada más aburrido y descorazonador que conversar hoy con tanto adulto que se aferra a sus ideas hechas, que cree que lo sabe todo, que se instala en una suerte de cinismo disfrazado de realismo. A los que tenemos sobre 40 años nos falta generosidad y una dosis indispensable de ilusión. Nos hemos instalado en nuestros cómodos cargos y apoltronadas tribunas, y no queremos que nadie venga a cuestionar nuestras certezas y seguridades que hemos cristalizado en estas décadas de abdicaciones políticas y morales. Porque una cosa son las negociaciones (necesarias) y otras las traiciones a la propia alma.
Huidobro, en cambio, habla de la llegada de una "juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y esperanza". ¿No necesitamos hoy entusiasmo y esperanza con urgencia, para limpiar el aire enrarecido de estos días, de guerras entre políticos adultos que parecen solo escucharse a sí mismos y que olvidaron que los padres de la patria -que ellos dicen defender- fueron jóvenes que se atrevieron a conjugar el verbo soñar?