La mayoría que llevó al Presidente Piñera a La Moneda sabía lo que buscaba: que Chile retomara con convicción y determinación el rumbo al desarrollo. Cruzar el umbral del desarrollo durante esta década es un objetivo plausible y de gran significado. En la definición electoral del presente año, lo que está en juego es si conservamos ese rumbo o escogemos un desvío.
El punto de partida
El primer gobierno de la Alianza ha cumplido sus metas. Ha demostrado que su receta funciona. La ciudadanía ya puede palpar los frutos económicos y sociales del crecimiento. La coalición oficial postula a un segundo gobierno, no sólo armada de convicciones y propuestas, sino de resultados concretos que asegurar y proyectar. Hay casi un millón de personas con trabajo que antes no lo tenían, hay cientos de miles de personas que han adquirido una vivienda o un automóvil, hay decenas de miles de emprendedores que comienzan a hacer realidad sus sueños, hay más de 40% de los jóvenes cursando estudios superiores con aspiraciones inimaginables para sus padres. Es un panorama auspicioso para cualquier coalición de gobierno enfrentada a una elección.
Pero la contienda electoral será ardua. Aunque las encuestas revelan satisfacción y optimismo, la sensación térmica es de malestar. Paradójicamente, las frustraciones acumuladas en la década anterior se volcaron contra el gobierno actual. La demagogia y el populismo -mantenidas a raya desde el retorno de la democracia- súbitamente se vuelven una amenaza real. La Concertación, parece renegar de su obra de gobierno y enarbolar las banderas de sus críticos de ultraizquierda. Se acrecienta la polarización política. La aberrante y abusiva destitución del ministro Harald Beyer -servidor público eximio e intachable- revela que el bloque opositor está dispuesto a todo con tal de ganarse la calle. Una carta presidencial popular con un programa de gobierno populista puede ser -qué duda cabe- difícil de superar en las urnas.
Rumbo al desarrollo
El país tiene hoy una oportunidad real de llegar al desarrollo como nunca antes, pero el éxito no está asegurado. En la proximidad de la cumbre, el hielo se torna resbaladizo. El ascenso requiere destreza política y técnica. Si hacemos las cosas bien, esos jóvenes que hoy protestan vivirán su adultez en un país desarrollado.
Sabemos cómo hacer crecer al país. Su motor son los emprendimientos de personas y asociaciones que se desenvuelven en un clima de libertad y sana competencia. Durante el primer gobierno de la Alianza, la economía ha crecido a un ritmo de entre 5% y 6% al año, y creemos ser capaces de seguir así. Hemos visto duplicarse la tasa de creación de empresas, batir récords la inversión nacional y extranjera, generar puestos de trabajo a un ritmo que parecía imposible, disminuir la cesantía a mínimos históricos, surgir los salarios y la productividad. Sin duda, hay otros factores que han ayudado, pero ese buen desempeño es más que nada la ágil respuesta a las buenas señales de política macro y microeconómica emitidas por el gobierno.
Vamos bien encaminados, pero queda mucho por hacer. Hay que aumentar fuertemente la inversión y la productividad. Hay que abrir los cuellos de botella en energía, infraestructura y competitividad que pueden ahogar nuestro dinamismo. Debemos robustecer la institucionalidad medioambiental, interesar a las comunidades en la instalación de inversiones, haciendo participar a los gobiernos locales de parte de la recaudación tributaria que generan, y poner en marcha las iniciativas legislativas necesarias para destrabar los proyectos. Las alzas de costos y la apreciación del peso han puesto al desnudo nuestras insuficiencias de productividad en sectores clave, como minería, agricultura y otros. Debemos barrer las trabas burocráticas y regulatorias que siguen obstruyendo el emprendimiento y la innovación, empujar y renovar la Agenda Impulso Competitivo, que me tocó echar a andar desde el gobierno, apoyar a las pyme, aliviando sus impuestos y dándoles mejor acceso al crédito y la capacitación.
Necesitaremos fortalecer el ahorro nacional. Hay que avanzar hacia un equilibrio en el presupuesto fiscal estructural y mantener estable la actual estructura tributaria, que favorece el ahorro privado. Debemos introducir nuevos estímulos al ahorro, para fines previsionales y otros, y perfeccionar el mercado de capitales.
Cancha pareja y juego limpio
Se ha extendido la errada percepción que la economía de mercado necesariamente conlleva desigualdad y abusos. Se percibe que la cancha no es pareja, que el juego no es limpio y por tanto su resultado no es justo. La Alianza debe comprometerse sin vacilaciones a emparejar la cancha y cuidar el juego limpio.
La desigualdad es hija de la falta de oportunidades de trabajo y de educación de calidad. Cuando priorizamos el crecimiento es precisamente porque crea fuentes de trabajo y porque permite elevar los ingresos de los trabajadores. Ahora que la cesantía ha bajado, podemos aspirar a incrementos sostenidos en los salarios reales. Son comprensibles aspiraciones a un mejor salario mínimo y con buen crecimiento se pueden lograr. Pero debemos también forjar los acuerdos necesarios para mejorar las jornadas y otras condiciones laborales, de modo de abrir más oportunidades a las mujeres y los jóvenes. Si contásemos con tasas de empleo como en los países avanzados, habría medio millón más de mujeres y jóvenes que tendrían ocupación remunerada, aportando a sus hogares y al financiamiento de sus estudios.
La reforma educacional en marcha es prioridad nacional. Sólo la obstaculizan quienes prefieren hacer de ella campo de batalla de ideologías e intereses políticos. No mejorará la educación poniendo impedimentos a la iniciativa de profesores y otros para fundar y operar colegios, y ser por ello debidamente remunerados. No es el lucro el mal que hay que combatir sino el engaño, el pasar gato por liebre, aprovechando la desinformación de los apoderados y los estudiantes. No mejorará la educación extendiendo la gratuidad a los universitarios que pueden pagar, en lugar de destinar esos recursos a apoyar a los estudiantes que realmente lo necesitan. El Plan Beyer para una educación de calidad debe seguir adelante.
Es cierto que para mejorar la educación falta presupuesto. El crecimiento es el mejor modo de allegar recursos al fisco y financiar los programas sociales: con buen crecimiento, la recaudación tributaria anual puede aumentar US$ 12.000 millones en cuatro años. Cuando la Concertación dice necesitar un dañino "impuestazo", en el fondo reconoce su incapacidad de sostener la buena marcha de la economía.
Es público y conocido que la masificación de los mercados del crédito y otros, aunque ha beneficiado a millones de consumidores, se ha prestado también para determinados abusos. El Sernac Financiero ha sido un importante avance. Contra los abusos, el mejor antídoto son la libre competencia y la transparencia. Debemos asegurar que en los mercados impere el juego limpio, derribando barreras de entrada, facilitando -por ejemplo- el traspaso de la deuda desde un proveedor crediticio a otro, ayudando a los consumidores a informarse mejor y a hacer valer sus derechos. Me consta -porque lo viví como ministro de Economía- que ello significa enfrentar lobbies poderosos. Pero procurar que sea el consumidor quien mande está en el ADN de quienes verdaderamente creemos en la economía de mercado.
Chile ha trepado por la ladera del desarrollo, pero la cumbre aún está distante. Es la hora del malestar y la fatiga. Cunden las tentaciones populistas, las propuestas demagógicas.
Ojalá sea retórica electoralista, pero desde la Concertación ya se habla de reformas constitucionales que -en nombre de la regla de la mayoría- le otorgarían poder para conculcar la libertad individual; se proponen arrinconar la libertad educacional para fortalecer la hegemonía estatal en la educación de la ciudadanía; dar más poder económico al Estado, para aumentar la carga regulatoria y tributaria que soportan los emprendedores y establecer nuevas empresas públicas -una AFP estatal, por ejemplo- que los expertos coinciden en nada ayudaría a mejorar las pensiones. Exhala, todo esto, un tufillo "neo chavista".