Dicen que la democracia se tomó la calle, dicen.
No es cierto, porque quienes de verdad han copado la vía pública han sido las nuevas oligarquías, las organizaciones de abusadores anónimos, que de democráticas no tienen nada.
No, no se trata de esos estudiantes movilizados que quieren erigirse -planificadamente y cada 30 días- en canon y medida de los malestares, sino de esos otros grupos de patudos que invaden espacios que llaman "de todos", pero que día a día ellos mismos van transformando en dominios de unos pocos, de esas oligarquías de abusadores.
Qué simpáticos los ciclistas, qué bien le hacen a la vida en común, pero desde que decidieron invadir las veredas nos tienen a los peatones con el alma en vilo. En noviembre pasado eran uno por cuadra; hoy llegan a casi cuatro. Van con casco -¿temerosos de que algún transeúnte les dispare con una bazuka?- y a velocidades de crucero; no faltan los que incluso circulan concentrados en sus celulares, una lepra ya lamentable entre bípedos, pero peligrosísima cuando vas al mando de dos ruedas. Señoras con niños, ancianos: contraten seguros especiales.
Algo nos une en todo caso, porque a cada metro los ciclistas y los peatones nos encontramos con abundantes excrementos de perro. La producción de los canes vagos -protegidos por las oligarquías animalistas-, incrementada por las encantadoras mascotas que circulan de la mano de sus amos, suma toneladas de fecas que inundan las veredas. Pocos -casi siempre extranjeros- son quienes usan la bolsita del caso para recoger. Los demás, oligarcas chilensis , dejan la huella como demarcación de territorio.
Igual cosa hacen los grafiteros, aunque en nocturnidad. A las sombras de la noche se acogen también las oligarquías de los abusadores del silencio: organizan fiestas en lugares públicos -el castillo del cerro Santa Lucía es un ícono-, pero desconocen las leyes de la transmisión del sonido: inundan con su agresividad las habitaciones de pacíficos residentes que intentan dormir, pero dan las 11 y dan las 12, y tam, tam, tam...
Los cineastas son un gremio de especial prepotencia. Anda tú a pedirles que te dejen salir de tu casa: ellos están filmando; es decir, ellos están en posesión de la realidad, ellos la están capturando en video o en celuloide; como tú eres la ficción, aguántate. Oligarquía pura.
Y el garabato. Sí, el garabato es el gran fetiche de las nuevas oligarquías: lo usan en el Metro, en la calle, en el restaurante, en la entrada a clases. Aquí estoy yo, afirman con la grosería; aquí estoy yo, el liberado, el dueño de la situación.
Súmale los automovilistas que se detienen sobre el paso de peatones, los tipos que se sientan en las escaleras del Metro, el patán que abre las piernas en la micro o en el bus interurbano, de modo que el asiento paralelo queda reducido al 25% del espacio; los skaters que se lanzan a fracturar tobillos, los cuatro tipos en fondo que copan una vereda, como si fuera de una sola vía.
Probablemente, todos estos no son los abusadores a los que se refiere Bachelet en su publicidad, cuando ella afirma que "No más abusos". Quizás la precandidata no está pensando en esas oligarquías que, autodenominándose minorías, han pasado a dominar la escena del centro de la capital. Ella seguramente no se refiere a ellos, pero ellos sí la tienen a ella por referente.
Cada uno de esos grupos -a veces son las mismas personas- se siente dueño de un espacio público que arrebata a la generalidad de los ciudadanos. Su mentalidad es la del aprovechador que espera que, en nombre de sus derechos, el Estado le garantice sus caprichos.
Y eso, ciertamente, calza muy bien con la oferta Bachelet.