Señor Director:
El
caso de la historiadora Patricia Arancibia —se le efectúan cambios en un libro ya escrito y previamente aprobado— es típico de las “historia por encargo”. Las dos partes deben ponerse de acuerdo en torno al contenido al principio, y después revisar en relación a lo establecido, sin jamás olvidar el principio de tener a la objetividad como meta.
Lo que sale irracional, y demuestra poco o nada de rigor intelectual que también deberían tener altos funcionarios del Estado, es que con un cambio de personal cambien los criterios.
Ello no quita que —dependo de la prensa en mi conocimiento del asunto— la Ley de Amnistía de 1978 no representa solo una aspiración de “unidad nacional”. Así es como fue presentada, pero tiene otras caras más afiladas de la que estamos muy conscientes, algo que no se planteó entonces y que debió hacerse, como el tema de los desaparecidos, entre otros. También habría que decir que su total anulación práctica en la actualidad no es del todo justa, sobre todo para los que en 1973 tenían rangos inferiores en las Fuerzas Armadas y de Orden. Es de entenderse que al Ministerio de Justicia le interese hacer justicia a esta complejidad, si ello es lo que busca.
De este episodio surge además un extraño intento de reescribir la historia, cuando se borra el que Salvador Allende haya sido un Presidente “marxista” (en realidad no “primero” porque después no ha habido propiamente tal un segundo Presidente(a) marxista). Y estamos viviendo una época que se jacta de la “memoria”. Sarcasmo doble, porque el mismo Allende estaba orgulloso de esa filiación doctrinaria.
Todo esto es una prueba más de la carencia de un norte en la idea de finalidad política, en el sentido de qué se quiere de Chile, o no se le sabe expresar.
Joaquín Fermandois Huerta