El alcalde de Aysén, Oscar Catalán, ha revelado una verdad que nadie de la elite política de este país se atrevería a reconocer públicamente, porque es estéticamente impresentable y éticamente repudiable. Pero él lo ha hecho, de una manera brutal e inocente a la vez, como si fuera un personaje de un cuento de García Márquez. El alcalde patagónico contó que se acercó a HidroAysén a pedir financiamiento para su campaña municipal, y solo recibió la promesa de "tres millones de pesos", desde su punto de vista "una miseria", una "falta de respeto". Refiriéndose a los dueños de HydroAysén, los llamó "amarretitos" e invitó a "darles duro". ¿El alcalde de Aysén ha transparentado lo que probablemente es una práctica habitual hoy, o está haciendo una escena de despechado sin fundamentos?
Tiene razón Catalán en considerar "amarretes" a los que lo han ninguneado al ofrecerle esa suma irrisoria. Probablemente habrá seremis o diputados que valen más que él y eso le debe doler. Pero, ¿está mintiendo Catalán o dice la verdad? Eso nunca lo sabremos. Habrá desmentidos y habrá algunos políticos que se sonrojen y hagan muecas de desprecio por lo deslenguado que ha sido su colega edilicio. Pero me temo que el exabrupto del edil destapa un poco la alcantarilla sobre la que estamos parados y que no queremos oler ni abrir. Porque abrirla sería encontrarse con una imagen de nosotros mismos que no querríamos ver, el verdadero rostro de un país que ha ido bajando sus varas de exigencia en cuanto a independencia del poder político de los intereses económicos cruzados que hoy se juegan en distintos ámbitos.
¿Cuánto queda del Chile inmune a esa corrupción burda que siempre vimos como una lacra de nuestros vecinos, pero siempre creímos que jamás llegaría hasta acá? Sería hora de dejar de autoengañarnos, y de atrevernos a investigar a fondo cómo opera la promiscuidad entre intereses económicos y la política.
Saber quién paga a quién, cuánto y cómo. Y ponerle nombre a lo que no tiene nombre. Los mexicanos hablan de la "mordidita" para referirse a la coima a los policías. ¿Cómo le llamaremos nosotros a la amable colaboración de un privado a un candidato a cambio de un favor futuro?
Francisco de Quevedo, el implacable poeta satírico del Siglo de Oro español, dice: "Madre, yo al oro me humillo" y habla de una "persona de gran valor, tan cristiano como moro, pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero poderoso caballero es don Dinero".
Si se han pagado sobornos para obtener acreditaciones universitarias, ¿alguien creería que no se puede comprar a diputados, senadores y alcaldes y a muy buen precio, a precio de mercado? No se trata de caer en una sospecha radical que dispare al bulto, pero tampoco es sano mantener una ingenuidad rayana en la irresponsabilidad. El cinismo se ha instalado en el país, y cuando el cinismo se instala, corroe los cimientos de una decencia que pasa a ser una suerte de fetiche del pasado.
Acaba de fallecer Andrés Concha, un ejemplo de lo mejor de nuestro empresariado, heredero de una intachabilidad y sentido de lo público hoy bien escasos. Pero, ¿cuántos empresarios como Andrés Concha o Felipe Cubillos hay hoy en Chile? ¿Son mayoría o ya pasaron a ser la excepción? ¿Cuántas leyes se votan sin que el lobby y la "mordidita" chilena (esa que todavía no tiene nombre propio) intervengan? Los ciudadanos queremos saber eso. Y lo queremos saber porque cuando los países entran en la espiral de la corrupción encubierta, tienen escasas posibilidades de volver atrás.
¿Quién es verdaderamente Oscar Catalán? ¿Una figura de la picaresca política chilena, un deslenguado, un fabulador, o es un ejemplo representativo de una parte de la clase política que ha perdido la vergüenza y que no duda ya en acusar de "amarrete" a quien le pone unos milloncitos sobre la mesa? Responder esta pregunta es hoy más urgente que armar las listas o plantillas parlamentarias del próximo año.