Si va a prosperar o no la acusación contra el ministro Beyer, es cuestión secundaria. Secundaria, pero no banal, porque detrás del empeño opositor por doblegar al secretario de Estado hay otras razones, mucho más interesantes, más importantes.
Las acusaciones que la izquierda formula contra la educación en Chile tienen detrás un sustrato tan denso, tan meditado, que es en esos argumentos donde debe centrarse la discusión, y no en si el ministro fiscalizó a tiempo o no. Beyer más o Beyer menos: por ahí no pasa el tema de fondo, por injusta que sea la acusación. Los argumentos de Atria, Brzovic, Mayol, Muñoz, Orellana, Retamal y otros promotores del socialismo educativo son los que deben ser contrastados.
¿De qué acusan a la educación en Chile? De segmentación, lucro, mercantilismo, individualismo y endeudamiento.
Lo primero que llama la atención es que cada una de esas palabras, ciertamente, no se refiere al ámbito estrictamente formativo; no son términos que definan la bondad o maldad de la acción pedagógica. Lo que efectivamente han hecho los críticos del actual sistema es colocar la discusión en claves puramente ideológicas -a las que disfrazan de criterios educacionales- para llevar a su terreno una discusión que, en términos antropológicos o pedagógicos, tendrían completamente perdida.
¿Cómo así?
Llaman segmentación a la decisión de cada familia de colocar a sus hijos en el colegio que les guste y, si logran un mayor nivel de ingresos, de cambiarlo a uno mejor. Llaman lucro a la ganancia obtenida por un trabajo legítimo, tal como el que ellos realizan con sus escritos y conferencias, por los que ciertamente cobran. Llaman mercantilismo a la oferta variada de opciones educativas, que hace que miles de padres cambien a sus hijos del mundo municipal al particular subvencionado. Llaman individualismo a la insistencia en que cada persona forje su destino, desarrolle sus potencias y no estire la mano para recibir de otros lo que puede forjarse por sí misma. Llaman endeudamiento a la decisión libre de pedir prestado para lograr lo que solo por esa vía -la del compromiso honrado- resulta posible.
A fin de cuentas, llaman educación a un proceso unificado bajo control estatal, es decir, bajo administración de los partidos gobernantes. A 40 años de la ENU, se oye la misma melodía.
Si de verdad quisieran hablar de educación, tendrían que pronunciarse sobre un cuarteto que nunca vemos mencionado en sus escritos: verdad, autoridad, virtud y familia.
De la verdad no hablan, simplemente porque les parece un concepto inaceptable. Mientras la proclaman implícitamente con su dogmática socialista, la rechazan abiertamente por razones de imagen. De la autoridad reniegan, porque creen que la democracia es una continua puesta en común que jamás debe adjudicar ni jerarquías ni superioridades. De la virtud, lo ignoran todo, porque exige ese esfuerzo personal al que cualquier socialista le hace asco. ¿Y de la familia? Bueno, ahí sí que no están en terreno cómodo, porque antes de reconocer su valor prefieren abrir el abanico dialéctico y moverlo de lado a lado, para que cualquier junta pueda calificar.
Ciertamente a la educación en Chile hay que hacerle los cargos debidos y reconocerle los méritos logrados. Pero para eso, al leer a sus críticos, pregúnteles también si han entrado alguna vez a una sala de clases a enseñar; si han dialogado con padres y apoderados; si han tenido que castigar una falta y si han sido capaces de corregir un error infantil; si han tendido puentes entre familia y colegio.
Si lo han hecho, comenzaremos a hablar. Si no, ya se sabe: son simplemente unos aprovechadores del tema de moda.