Él es de Osorno; ella, de Vallenar. Él estudió Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile; ella, Educación Física en la Universidad de Playa Ancha. Él estudió un doctorado en Economía en la Universidad de California; ella, un diplomado en Descentralización en la Universidad Javeriana de Colombia. Él llegó al Ministerio de Educación luego que los estudiantes botaran al primer ministro designado por Piñera; ella llegó al Ministerio de Educación luego que los estudiantes botaran al primer ministro designado por Bachelet. Él será acusado constitucionalmente por no fiscalizar el lucro; ella fue acusada constitucionalmente por irregularidades en las subvenciones escolares. Él es Beyer; ella es Provoste.
Dos cuerdas de un mismo trompo. Ambos acusados por el pecado de omisión -"no aplicar las leyes"-, lo que jurídicamente es bastante discutible.
Pero si bien los guiones pueden parecer similares, no hay que equivocarse: los protagonistas de la historia son completamente diferentes y son, además, el emblema de lo que ha sido cada uno de los gobiernos que representan.
Ella, una mujer en el gobierno igualitario; él, un técnico en el gobierno de los gerentes. Ella representó la diversidad; él representa la excelencia. Ella es simpática; él es fome. Ella tiene ambiciones políticas; él no las tiene. Ella llegó gracias al cuoteo milimétrico de la Concertación; él llegó por sus capacidades.
Ambos se encontraron con "universidades" que no debieran existir, que más allá del lucro o no lucro, cobraban por vender aire. Sin embargo, estas universidades callampas proliferaron en los gobiernos a los que perteneció Provoste. Es cierto que la derecha no se opuso a su existencia y que muchos de ellos disfrutaron del baile de máscaras. Pero la Concertación no tuvo problemas. Lagos, por ejemplo, siempre mencionaba la cantidad de alumnos que por primera vez accedían a la educación superior, sin mencionar ni calidad ni lucro.
El gobierno de Bachelet no enfrentó el problema. El gobierno de Piñera, forzado por los estudiantes, sí lo ha hecho. Es cierto que Lavín no tenía autoridad para hacerlo. Es cierto que Bulnes no tenía ganas. Pero Beyer sí lo ha hecho. No sólo se jugó por el cierre de la Universidad del Mar, sino que ha sentado las bases de la mejora educacional. Y no hay nadie en el país más preparado para hacerlo. Quizás por eso Sebastián Edwards propuso el año pasado nombrar a Harald Beyer "ministro de educación vitalicio".
Cuando fue la acusación a Provoste, la Alianza hizo un "buen cálculo" y le permitió dividir a la Concertación gracias al voto de Adolfo Zaldívar. La Concertación, en cambio, no sólo no lo hizo, sino que le puso una bomba de tiempo a Bachelet. Su arribo triunfal se verá opacado y -lo que es peor- tendrá que pronunciarse sobre un tema del que ya se han descolgado varios. El problema es que diga lo que diga saldrá trasquilada.
Podrá decir que ella también sufrió una acusación injusta, pero sería revanchismo. Podrá decir que condena el lucro, pero sería admitir la omisión de su gobierno. Podrá culpar a la derecha, pero no tendría sustento. Podrá seguir en silencio hasta después del 16 de abril, pero no sería presentable.
La gran lección que nos dejará esta acusación, más allá de su resultado, es remontarnos a 2008 y recordarnos la acusación a Provoste. No sólo para alertarnos de los peligros institucionales del mecanismo de la acusación, sino también para recordar lo que fue el gobierno de Bachelet y, especialmente, para preguntarnos si para avanzar en temas complejos al país le convienen "los Harald Beyer" o "las Yasnas Provoste".}