¿Alguien puede permanecer indiferente ante la llamada del Papa Francisco: "¡Ah, cómo querría una Iglesia pobre y para los pobres!"? A todos nos hizo recordar el clamor de Juan Pablo II hace 26 años en nuestra Patria: "Los pobres no pueden esperar".
La pobreza, las marginaciones... Pero, ¿de qué estamos hablando? ¿Solo de una carencia material? No. Las pobrezas son mucho más -mucho menos-, son un conjunto de prácticas que degradan a la persona. No son simplemente unas carencias materiales, sino que se concretan en todas las falencias que experimentamos en el caminar de nuestra vida. Pobre es el que carece de lo debido, ya sea espiritual o material.
Cuando el Papa Francisco ha dicho como obispo que "el aborto nunca es una solución", ha enfrentado una de las pobrezas más dramáticas, la de la degradación del valor de la vida en gestación.
Cuando ha sostenido que en el matrimonio "está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos; está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano, privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre; está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones", ha mostrado las consecuencias empobrecedoras de la ruptura matrimonial y de las leyes que la favorecen.
Cuando ha afirmado en su ministerio episcopal que "un pueblo que no cuida a los niños y a los ancianos comenzó a ser un pueblo en decadencia (porque) a la vida se la cuida siempre, desde el momento en que se la espera, hasta el último aliento del camino", ha recordado que una sociedad es extremadamente pobre cuando elimina a los que mejor nos recuerdan la caducidad de los éxitos materiales, de la belleza corporal y de la salud: los ancianos.
El combate contra las pobrezas, por lo tanto, debe enfocarse contra todo lo que degrada al ser humano, contra todo lo que lo priva de un bien debido: la droga, la violencia, el hedonismo, la soledad, el consumismo, la ignorancia, el individualismo. Todas estas pobrezas -y otras asociadas- se vinculan entre sí. Unas traen a las demás y las potencian, justamente porque no se ha puesto adecuadamente el énfasis en las instancias que son su antídoto o su remedio, según los casos.
Por eso, toda lucha contra las pobrezas, todo empeño humanizador debe estar centrado en la familia, en la moralidad pública, en la comunicación altruista, en la educación cualificada, considerándolos los instrumentos más aptos y, al mismo tiempo, de mayor exigencia.
Anuncia su regreso a Chile quien va a ganar sin apuro -si se lo propone- la primaria de la Concertación. Pero, ¿es capaz esa persona de enfocar su lucha contra las pobrezas en esta dimensión global?
Sin duda que no.
La candidata de la Concertación tiene una mirada reductora, empobrecedora del ser humano. Como buena materialista -sí, es una de aquellas personas que no ponen el espíritu como medida de la acción-, se guiará por los índices que entregan todos esos organismos controlados por las izquierdas y que convierten a los números en funciones de su ideología. La veremos, por lo tanto, tratando de argumentar a favor de las limitaciones al derecho a nacer (esos supuestos derechos del cuerpo femenino que ya ha mencionado), a favor de las múltiples formas corruptas de organizar la vida en una casa (esas uniones que no son sino contactos efímeros, sin compromiso alguno) y, quizás también, a favor de la necesidad de evitar que los mayores puedan prolongar su existencia natural.
Esto último no lo ha dicho, pero entre tantos silencios de Bachelet, que nadie se extrañe de que se especule sobre su eventual apoyo a las más insólitas pobrezas.