El miércoles tenía casi lista una columna que escribía sobre Argentina. Me había impactado toparme de frente, en una esquina de la avenida del Libertador en Buenos Aires, con un enorme cartel con la foto de un sonriente y saludable Hugo Chávez, con la leyenda "Por siempre, Comandante. Llorarlo será poco. Sigamos su ejemplo".
Reflexionaba sobre qué les pasaba a los argentinos que miraban con admiración a Venezuela, teniendo todo lo que una nación puede soñar: una población educada, una extendida clase media, vastos recursos naturales y una producción industrial, agrícola y tecnológica envidiable. Sí, Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del planeta, pero Argentina es mucho más rica. Me decepcionaba que nuestros vecinos quisieran parecerse al país que dejó Chávez, y me hacía reconsiderar mi opinión sobre ellos. Parecía que la inveterada autoestima argentina había sido golpeada muy fuerte por las dificultades económicas de los últimos años y por las divisivas políticas de los gobiernos kirchneristas.
Me conformaba que el afiche del Libertador, y muchos otros que todavía empapelan la ciudad, estuviera rasgado y apenas se leyera la leyenda invocatoria, mostrando que los ciudadanos no compartían el sentimiento del gobierno de Cristina Fernández, que pagó esa publicidad callejera. La Presidenta tiene mucho que agradecer al venezolano. "Chávez fue el mejor amigo que tuvo la Argentina cuando todos le soltaron la mano", escribió Cristina en su Twitter, apenas supo de la muerte del Comandante, y voló a Caracas, donde volvió a ser la viuda llorosa que le ha traído tantos dividendos políticos.
A su regreso a Buenos Aires retomó la agenda y se supo que la congelación de precios se prolongaría más allá de abril, probablemente hasta las legislativas de octubre; que se pretende introducir una tarjeta de crédito del Banco Nación para ser usada en los supermercados de manera excluyente, y que el yacón, un tubérculo andino, sería utilizado para combatir la diabetes, que según la Mandataria "es una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo, sedentaria y que come mucho".
Todo esto, hasta el miércoles, cuando salió humo blanco de la Capilla Sixtina, y al otro lado de la cordillera el panorama cambió radicalmente. La gente se puso eufórica, aún más que si hubieran ganado otro mundial de fútbol, y pareció recuperar su ego golpeado. El Twitter de la Presidenta, en cambio, reveló su perplejidad y decepción ante la elección de alguien con quien nunca se llevó bien.
Me pregunto si este momento, bueno para un "reseteo" de las relaciones del gobierno con el cardenal argentino, ahora Papa, será aprovechado por Cristina para cambiar también su enfoque hacia el prójimo no kirchnerista, aquellos que no resisten su estilo autoritario, excluyente y que ha dividido en dos a la sociedad trasandina. Quizás es pedir un milagro.