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Cartas
Martes 12 de marzo de 2013
Pongamos fin a la violencia
Señor Director:
Cerca de las cero horas del domingo 3 de marzo, cinco brigadistas que acababan de bajarse de su helicóptero a combatir un incendio forestal fueron atacados a balazos por un grupo de encapuchados.
Los brigadistas llevaban en sus manos herramientas manuales para combatir el fuego: palas, McLeod y Pulaskis. Por otro lado, los encapuchados portaban armas de fuego: escopetas, pistolas, fusiles. La diferencia entre ambos grupos era notable. Los brigadistas: preparados para combatir un incendio forestal. Los encapuchados: preparados para atacar.
La emboscada fue bien premeditada. Primero, seleccionaron un predio sin conflictos anteriores, para no despertar sospechas. Luego, provocaron más de 40 focos de incendio para atraer a las brigadas. Después, esperaron ocultos entre los árboles, el aterrizaje del helicóptero. Apenas bajaron los brigadistas de la aeronave, los encapuchados salieron de su escondite disparando sin misericordia sobre los combatientes del fuego, que huyeron hacia el interior del bosque.
Por otro lado, el piloto del helicóptero despegó la aeronave justo a tiempo, recibiendo más de un centenar de impactos. Mientras sobrevolaba el lugar, pudo ver cómo los encapuchados disparaban sobre los brigadistas y cómo uno de ellos cayó gravemente herido, siendo rodeado por los encapuchados.
Estos lo amenazaron y luego lo abandonaron, para perseguir al resto de los brigadistas que huían del baleo. Mientras tanto, el herido se desangraba por las heridas provocadas por los perdigones, que penetraron su espalda, brazo, cabeza y ojo.
Debido al trabajo que realizan, los brigadistas tienen una muy buena condición física. Esto ayudó a los cuatro trabajadores que corrían por sus vidas, dejar atrás a los agresores y escapar del alcance de las balas.
Hubo un segundo brigadista herido. Se trata de un joven perteneciente a la etnia mapuche que, como muchos otros jóvenes mapuches, conforman las brigadas y dedican su vida al combate de los incendios forestales. Este recibió unos 15 perdigones en diversas partes de su cuerpo. Afortunadamente, junto a dos de sus compañeros lograron cruzar el río Malleco para salvar sus vidas. Otro brigadista se mantuvo oculto en lo profundo del bosque hasta horas de la madrugada, cuando fue rescatado por su supervisor.
Por lo visto, para los encapuchados da igual la edad o la etnia de sus víctimas: han baleado a mapuches, huincas, jóvenes, adultos, ancianos y niños, quienes han estado siempre en una posición más débil. ¿Qué pensarán los hijos de los encapuchados, cuando sepan que sus padres atacaron a jóvenes brigadistas portando herramientas de trabajo?, o ¿qué dirán cuando sepan que sus padres asesinaron a un matrimonio de ancianos en el interior de su casa?
Claramente, quienes queman a ancianos, balean a brigadistas desarmados o asaltan a choferes solitarios no son valientes, sino todo lo contrario: son cobardes. Con estos ataques, los encapuchados buscan provocar temor.
Todos juntos, gobernantes y gobernados, del campo y las ciudades, todos los poderes del Estado y la sociedad, debemos aportar, cada cual desde su lugar, para poner fin a la violencia.
Con inteligencia y vigor; con urgencia y prudencia; con dureza y justicia; con decisión y coraje; con oportunidad y efectividad; con la razón y la fuerza, todos, como sociedad organizada y moderna, debemos seguir abordando y gestionando, paso a paso, pero sin pausa, los problemas que aún persisten y dividen el cuerpo social.
Ricardo Rivera Ibáñez
Líder Comité de Protección CORMA