En mi juventud hubo un gran debate entre los andinistas sobre si había una ruta lógica al Everest. Unos sostenían que para subir al Everest había que seguir la ruta conocida y con riesgos predecibles, los otros sostenían que había una ruta alternativa, más desafiante pero donde había mejores posibilidades de éxito. Hoy la centro derecha se debate entre 2 posiciones. Unos sostienen que la ruta lógica a la Presidencia supone haber sido presidente de curso, presidente universitario, miembro de un partido, parlamentario, en definitiva, haber tenido una carrera política similar al cursus honorum de la República Romana.
Otros consideran que por supuesto no cualquiera se merece llegar a la Presidencia, pero se puede haber sido mejor compañero, mejor deportista, haber destacado después en la vida sindical (Lula, Reagan), militar (Eisenhower, Grant), artística (Havel), empresarial (Sanfuentes, Piñera, Alessandri) en fin, en muchas áreas distintas de la vida e igualmente tener los merecimientos para ser Presidente.
Confieso que me inclino por los segundos. Estoy entre aquellos que, creemos que ni la política ni la presidencia están reservadas a los políticos de profesión. Una sociedad sana es aquella que evita los compartimentos estancos y donde hay un tránsito fluido de la política a la academia, de la academia a las artes, de las artes a la empresa, de la empresa a la política y entre todas estas.
Como todas las cosas en la vida la experiencia política cuenta, pero hay muchas actividades que nos preparan para ella. La política está presente en todas las actividades humanas, en la familia, los negocios, el deporte, la academia, etc. La política que se desarrolla en el gobierno no es muy distinta al resto. Lo importante es que el Presidente, cualquiera que sea su trayectoria, asegure gobernabilidad. La amenaza que la centroderecha no aseguraba gobernabilidad está superada por los hechos; la idea que sin mayoría en el Congreso no es posible gobernar, no es real, porque la sociedad sanciona el obstruccionismo; finalmente, queda la conveniencia de redes de contacto en el mundo político, pero parece que una vez en el poder ellas se adquieren rápido. La gobernabilidad hoy la aseguran los partidos políticos, la participación ciudadana, la formación de buenos equipos y el respeto a las instituciones, pero no la mayor o menor experiencia política partidista o electoral del candidato.
Según la última encuesta ADIMARK, hoy los ministros mejor evaluados son un ex empresario del retail, como Alfredo Moreno, una ex alta ejecutiva empresarial como Carolina Schmidt, y un actor conocido como Luciano Cruz-Coke. Resulta paradójico para los defensores del cursus honorum que ministros que han tenido un desempeño brillante y popular no muestren en sus currículum trayectoria política. Su preparación política no se dio ni en los partidos ni en las elecciones sino que en sus respectivas actividades previas.
La sociedad chilena critica a los que se repiten el plato; está pidiendo renovación política y no cree que los políticos profesionales tengan el monopolio de la representación ciudadana. A no mediar una fuerte esquizofrenia social, sería contradictorio pensar que nuestra sociedad exige renovación al mismo tiempo que demanda experiencia. Me parece riesgosa la falta de trayectoria política partidista de un candidato pero peor me parece la endogamia de una clase política que se enquiste en el poder y se resista a renovarse
Como en muchas materias, esta es opinable y no existe correcto o incorrecto. No en vano las dos corrientes de andinismo que polemizaban terminaron en la cumbre del Everest.
Gerardo Varela Alfonso