Señor Director:
Ante la conversación sobre la "
justicia social", comparto lo aprendido en mi experiencia social y pastoral:
"El que no ha sufrido no sabe nada" decía el P. Hurtado. Todos hemos sufrido, pero algunos lo olvidamos. La justicia, más allá de una bestial ley de la selva, implica una memoria compartida: cuando sufrimos la soledad, la pobreza, el abuso, la autosuficiencia no alcanza para seguir siendo humanos. Por eso Jesús nos recuerda que la verdadera justicia, la que humaniza, la aprendemos poniéndonos en el lugar de los vulnerables.
Entonces esta ya no se define según los méritos (los talentosos siendo llevados a la cumbre y los mal portados secándolos en la cárcel), sino de acuerdo a la dignidad humana y a esas necesidades que no se pueden satisfacer en solitario: ser reconocido, ser integrado, ser amado.
Algunos piensan que los anhelos de justicia de los otros son una amenaza para la propia libertad. Otros creemos que esos anhelos son el sentido de nuestra vida. Algunos creen que la desigualdad es inevitable fruto de una sociedad libre. Otros creemos que la desigualdad es el signo del fracaso de nuestra forma de vida.
Aunque los derechos deben ser garantizados por el Estado, quienes trabajamos por la justicia social sabemos que esto no es igual a estatismo, sino que es el sentido de una dignidad común entregada a la responsabilidad de todos: "Quien tiene sentido social comprende perfectamente que todas sus acciones repercuten en los demás..." pensaba el padre Hurtado.
Pablo Walker, s.j.Capellán General Hogar de Cristo