Señor Director:
Hace algunos años, en mi calidad de vicepresidenta del Consejo de Monumentos Nacionales, visité en París al entonces director de Patrimonio Cultural de la Unesco, señor Hernán Crespo, con el fin de presentarle un archivo muy completo sobre los ascensores de Valparaíso, solicitando que ellos fueran declarados Patrimonio de la Humanidad.
Al finalizar mi exposición, el señor Crespo me miró sonriendo y me preguntó: ¿Y por qué no Valparaíso? Tiene todas las condiciones. Tiene esa bahía con su anfiteatro de cerros tapizados de viviendas originales, únicas en su género, tiene una ciudad que conserva muchas de sus estructuras y formas de su pasado que fue también único entre los puertos del Pacífico Sur. Su forma es la de una ciudad que se hizo a sí misma sumando caletas y poblaciones a lo largo de su angosta costa. Ciertamente no podría declarársela entera, pues sería demasiado costoso mantenerla, pero podría buscarse algunas zonas específicas que serían hitos patrimoniales para el resto de la ciudad, asumiendo que la ciudad permaneciera como su indispensable marco.
Si usted —agregó— se compromete a obtener el apoyo de las autoridades, del gobierno municipal, yo le garantizo que, desde aquí, yo apoyaré su propuesta.
Yo sabía que en Valparaíso había grupos que deseaban y estudiaban esa posibilidad, pero todo aquello era vago y hasta el momento sin destino.
Regresé a Chile emocionada y entusiasta. Y después de algunas dificultades, la Secretaría del Consejo de Monumentos pudo iniciar con el municipio de Valparaíso, grupos de expertos universitarios porteños y otros los estudios preliminares para definir los sitios precisos que serían propuestos. Luego vino la tediosa y complicada tarea de reunir todos los antecedentes que la Unesco exige para la declaración.
Aparte de lo que se llama “zona de amortiguación”, constituida por el entorno próximo de las zonas propuestas como futuro patrimonio y destinadas a su protección, lo que el director de Patrimonio de la Unesco planteó entonces es que, de alguna manera, toda la ciudad debía responder como soporte de esos sitios específicos. El garante de ese patrimonio es la ciudad de Valparaíso. Es la forma en que se proyecta su futuro, es el cuidado que ha de ponerse en la convocatoria de su pasado urbano, en el de sus cerros multicolores, en sus construcciones necesarias para el bienestar de sus habitantes, en su horizonte marino.
Como bien sabe el alcalde de Valparaíso, señor Jorge Castro, nada de eso ha sido respetado. Las torres, para no ir más lejos, se siguen levantando, destruyendo en el proceso un pasado irrecuperable, cambiando el perfil de la ciudad hasta conseguir hacerla anónima. Y ahora, como golpe de gracia,
el mall en Barón, todo lo que pone en riesgo la mantención de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad.
El alcalde, señor Jorge Castro, arguye que todos los permisos están. No se ha faltado a ninguna regla. Salvo, tal vez, la más importante: el daño a la identidad de la ciudad. En este mundo del consumo es bueno hablar de ese imponderable que es la identidad, porque nos recuerda que somos seres de trascendencia, que vivimos también de la memoria y que ella permanecerá después de nosotros.
Me gustaría decirle al señor alcalde que su imagen y la de su Concejo Municipal están en peligro de quedar para la posteridad, como la de quienes dañaron gravemente la ciudad que sus habitantes les habían dado en custodia.
Marta Cruz-Coke de LagosEx directora de la Dibam