El presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, ha afirmado que su colectividad es la que ha tenido más influencia en el devenir de la sociedad chilena. Tiene toda la razón. Nunca en la historia de Chile un partido político ha provocado deliberadamente una crisis de mayor gravedad y trascendencia que la generada por el PS entre 1965 y 1973.
Justo en la mitad del camino que ha recorrido desde 1933 hasta hoy, la colectividad hizo la apología y la práctica de la lucha de clases, de la violencia, de la destrucción del Estado de Derecho y de la economía, de la violación de los derechos sociales, políticos y económicos de los chilenos.
Sería magnífico que el PS renegara hoy explícitamente de cada uno de los aspectos que configuraron su ideología y su praxis por esos años, reconocimiento que implicaría colocar a Salvador Allende como el causante final del mayor desastre de la historia nacional. Difícil tarea para el partido y, en concreto, para el propio Andrade, por entonces activo militante de la Brigada Universitaria Socialista.
Cuando Arturo Valenzuela afirma en "El quiebre de la democracia en Chile" que el PS adoptó "posturas más revolucionarias" y que "un sector numeroso" del partido compartía los planteamientos del MIR, ¿por que sostenía esa tesis ya en 1978? Porque la evidencia era -y sigue siendo- abrumadora.
En Linares, en 1965, el partido descartó "de hecho la vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma del poder". En Chillán, en 1967, afirmó que la violencia era "la única vía que conduce a la toma definitiva del poder político y económico y a su ulterior defensa y fortalecimiento". En La Serena, en 1971, agregó que había que "aplastar la resistencia de los enemigos y convertir el proceso actual en una marcha irreversible hacia el socialismo".
Ya en 1967, Allende había sostenido que los pueblos "no tienen otra respuesta que esta: oponer la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria", lo que ratificaría después durante su Presidencia, cuando afirmó que "la lucha revolucionaria puede ser el foco guerrillero, puede ser la lucha insurreccional urbana, puede ser la guerra del pueblo, la insurgencia, como el cauce electoral; depende del contenido que se le dé". Y Altamirano, hacia 1973 secretario general del PS, declaraba sin matices: "Nos hemos unido para luchar contra los enemigos, hemos escogido el camino de la lucha y no el camino de la conciliación".
¿Cómo podría eximirse un grupo humano -el PS- de estas evidencias? ¿Cómo podría lograr olvidarlas o negarlas? ¿Mediante qué espurios mecanismos podría transformar sus deudas en acreencias? Por cierto, falseando toda la historia. O quizás descalificando hoy a Cuba, como lo ha hecho también Andrade.
Porque todos aquellos planteamientos -y todas las acciones que en consecuencia realizaron los militantes del PS (desde Altamirano y Allende hasta el último integrante de su juventud)- tenían su inspiración justamente en la revolución cubana. Entre 1965 y 1973, la dictadura castrista alcanzaba unos de sus apogeos represivos y su máxima expansión subversiva hacia América y África. Pero Allende alababa "el largo y duro y sacrificado camino que ha andado el pueblo de Cuba afianzando su conciencia revolucionaria", y Altamirano sostenía que "Cuba, socialista y revolucionaria, nos entrega su respuesta clara, audaz, optimista y desafiante".
Hoy, que el terrible experimento castrista se acerca a su fin, Osvaldo Andrade critica a Cuba. Ayer, en medio de toda su crueldad, Fidel y su dictadura fueron los modelos inspiradores del Partido Socialista.