Hasta hace unos pocos años, esta ciudad no era más que un aldeón enorme, donde tenía asiento el gobierno de China, con una actividad privada poco significativa y un crecido número de habitantes. Hoy, en cambio, ya luce como una gran capital que reúne al gobierno con una diversificada e intensa vida económica. Su población es cuantiosa, de procedencia heterogénea y dotada de una creciente capacidad de consumo. También acoge grandes conferencias internacionales y constituye un centro para la difusión de la moda. Todo esto la está transformando en un foco de irradiación cultural llamado a proyectarse ampliamente más allá de las fronteras chinas.
El despliegue del lujo estandarizado, el de las grandes marcas presentes en las principales ciudades del mundo, ha venido a llenar la apetencia por lo deslumbrante que caracteriza a los orientales. Detrás de esta vistosa fachada palpita una activa y extensa clase media joven y tecnologizada, que domina la vida y marca la tónica. Las tiendas donde se abastece y los restaurantes y otros lugares donde se distrae indican que en ella se imponen crecientemente los patrones occidentales. En la amplísima base popular se mantienen aún las formas tradicionales. Esta disociación no nos resulta ajena, pues ha sido propia de todos los países emergentes. Nuevamente uno se enfrenta a la duda de si ella constituye un paso necesario en el desarrollo cultural, o no es más que una incapacidad congénita para acceder verdaderamente a los estadios superiores.
Las magníficas e impresionantes avenidas pequinesas y sus hermosas calles arboladas le confieren una grata unidad. Ellas muestran una ciudad preparada para acoger multitudes. Sus intersecciones en múltiples desniveles no alcanzan a entorpecer la vista de las perspectivas. En contraste, en cada recodo se descubren maravillosos rincones que alojan una intensa vida de barrio: la herencia de los "hutones" marca la vida cotidiana. No faltan tampoco las fealdades que repelen.
Sus enormes edificios la caracterizan como la ciudad del mañana: no se han ahorrado locuras ni caprichos arquitectónicos. Casi no existe la huella del tiempo que registra las numerosas generaciones que han participado en su vida. Aquí no hay historia, salvo la remota de sus grandes palacios y templos: sólo hay proyecciones y planes grandiosos que se exponen profusamente en las gigantografías que ocultan los cercos de las construcciones: es como si la realidad del presente estuviera constituida por los sueños del futuro.